miércoles, 10 de agosto de 2011

Tiempo de carnaval

‘Polvis erus, polvis serus’.

‘Polvo eres y en polvo te convertirás’.

No pretendo encender mechas religiosas, ni amarrar navajas de fe, ni cuchilear perros metafísicos o fantasmas científicos; vamos, ni siquiera moverle el agua a los tiburones espirituales; es una simple, llana y sencilla pregunta que me hago a mí mismo constantemente, una duda existencial, digamos, una inofensiva espinita mental, de esas que no te dejan dormir, como cuando en casa se va la luz un segundo antes de que el detective descubra la identidad del asesino en la serie policiaca del momento.
¿Será posible ser polvo, luego carne, luego otra vez polvo, o ceniza (en el caso de los cremados y de los quemados, porque además, no es lo mismo que te achicharres en el ‘Lobohombo’ a que te incineren en la funeraria con todo bombo), para finalmente regresar a la carne?
En pocas palabras... ¿existirá la reencarnación?
... No lo sé.
¿Será posible volver de la tumba para pasársela de tumbo en tumbo, o en el tambo, o en una tumbona, viendo cómo nos crece la timba?
Ante la pregunta, ante la duda, unos se persignan y otros se resignan; volver a nacer, a hacer y a deshacer; volver a abrir los ojos, y a circular por los ejes, y a comer ajos, y a procrear hijos, y a llenar hojas.
Unos dicen que sí. Otros, que no.
Volver a vivir, y a morir.
¿Se podrá?
Los primeros aseguran acordarse de vidas pasadas; los segundos aseguran que los primeros, además de posados y pesados, están pasados y sus cerebros como pisados.
Resucitar para volver a respirar.
¿Tabú? ¿Cosa de Belcebú? ¿Del gran Fu manchú?
Nadie lo afirma; nadie lo niega.
Pero… suponiendo que fuera posible…
¿En qué regresaríamos?
¿Podrá uno escoger?
¿Será cosa divina, o de vena?, es decir, ¿Estará nuestra siguiente vida atenida al humor con el que se despierten los encargados de repartir las fichas y conceder las licencias, los permisos, los salvoconductos el día de nuestra audiencia, por llamarla de algún modo?… ¿O será la justicia natural la encargada de planear, diseñar y elaborar nuestra próxima e inminente reaparición en esta vida, basándose en la actuación que tuvimos en vidas previas?
Si se pusiera a votación tipo plebiscito capitalino, yo votaría por esta segunda opción con absoluta convicción.
¿Saben por qué?
Porque me colmaría de placer ver a un funcionario público mayor reencarnado en un trabajador honrado, de clase media, para que aquél viviera del otro lado del mostrador, malcomiendo para que ellos, los funcionarios, y sus hijos, y sus nietos, puedan seguir viviendo a cuerpo de rey, porque los altos funcionarios no pagan impuestos; se limitan a disfrutarlos.
Me gustaría mucho ver a un cazador reencarnado en león, para que temblara de miedo, y de rabia, y de impotencia al final del cañón de un rifle de precisión, para luego adornar el cuarto de servicio de alguna de las casas del cazador en turno.
Me volvería loco de contento ver a un naco reencarnado en un lujoso coche deportivo de modelo reciente, para que sintiera cómo otros nacos le practican un peeling profundo a la pintura; le abren las puertas, le amputan los rines, y los estéreos, y los espejos, y los asientos, y el volante, etc.
No cabría de gusto al ver a un juez corrupto reencarnado en acusado, inocente y sin dinero, y que fuera juzgado por un juez de su misma calaña.
Mi gozo sería infinito si viera a un judicial torturador reencarnado en sospechoso; a un director de escuela reencarnado en profesor de esa misma institución (el primero gana carretadas de dinero; al segundo no le alcanza el sueldo ni para comprarse en carreta); a un mecánico abusivo en cliente confiado, etc.
Y lo que son las cosas: justamente anoche estaba yo leyendo la teoría reencarnatoria de un haitiano llamado Bulebú Cuché, quien asegura que nunca la ha expuesto en los foros internacionales por falta de tiempo, no por otra cosa.
Bulebú cree que los humanos reencarnan en animales y viceversa, dependiendo (en eso coincidimos en forma notable) del desempeño exhibido en existencias anteriores.
Según él, sólo los niños que murieron en forma accidental tienen derecho a reencarnar en humanos, para así cerrar el círculo, para así completar su misión.
Los niños, esos seres tan llenos de luz (si conocieran a mi sobrino Carlo, sus ojos quedarían deslumbrados, como quedé yo) que van dejando estelas luminosas a su paso, sembrando invisibles semillas de paz por todos los parques del mundo.
Así, los hombres de paz reencarnarán en palomas, dignas mensajeras de la paz; por eso hay tan pocas volando en los cielos del mundo.
– ‘Cada vez que ustedes vean una paloma blanca volando, admírenla y dedíquenle una ronda de aplausos, ya que en su vida anterior fue un ser humano ejemplar, de esos que tienen sentimientos, de esos que hacen algo por sus semejantes’ – dijo Cuché durante una breve entrevista para la televisión haitiana, en el 2006.
Según él, los malos gobernantes y los secretarios de Hacienda reencarnarán en buitres, zopilotes, milanos, azores, es decir, continuarán haciendo lo que hacían cuando andaban sobre sus pies… y hay tantos.
Los funcionarios públicos honestos, seguidores del estado de derecho, reencarnarán en Dodos (el último se extinguió hace muchos siglos).
Los funcionarios públicos y los banqueros ratas reencarnarán en ratas pardas (según las encuestas, nomás en el DF hay como 10,000 ratas pardas… por habitante, y vamos rumbo a los 120 millones de ciudadanos).
– ‘Ya lo sabe, la próxima vez que usted vea una rata, tenga mucho cuidado; tal vez sea el diputado de su distrito’ – advirtió Cuché esa misma noche.  
Los agentes de tránsito reencarnarán en pirañas, para que no mueran de añoranza.
Los toreros que cobraron grandes divisas por matar toros, reencarnarán justamente en toros de lidia, con la divisa obispo y verde clavada en el lomo.
Los suicidas fallidos reencarnarán en tortugas caguama, para que tengan todo el tiempo del mundo para valorar, apreciar y disfrutar la vida.
Los suicidas que sí logran su cometido pierden toda posibilidad de regresar.
En la página 355 de su libro ‘En carne eres y en carne te convertirás (sobre todo ahorita que está tan cara)’, Cuché escribe lo siguiente:
– ‘Los mandatarios – salvo rarísimas excepciones – tan acostumbrados a tratar con seres serviles y rastreros, quienes exageraron sus dotes de estadista hasta a abyección, reencarnarán en gusanos, para que se reencuentren con el suelo, del que se desprendieron en la vida anterior, y a donde pertenecen realmente’.
Así. Los maridos golpeadores reencarnarán en elefantes, y habrán de vivir rodeados, noche y día, de ladrones furtivos de colmillos.
Unas por otras.
Los esposos infieles reencarnarán en mantis religiosa macho.
Los rateros vulgares, reencarnarán en boas, es decir, no tendrán la oportunidad de utilizar las manos sino que ahora se cuidarán de ellas, sobre todo la de los campesinos que gustan de blandir tremendos machetotes al abrirse camino.
Los violadores reencarnarán en vaquillas para semental.
Los avaros reencarnarán en limosneros de pueblo pobre.
La lista es interminable, según Cuché.
¿Teorías descabelladas las de este haitiano?
¿Habrá experimentado el mentado Bulebú la reencarnación, ahora sí que en carne propia?
Estas dos sencillas preguntas nos conducen a una tercera, que le da pie a mi exposición acerca de las carnes, los polvos y las reencarnaciones:
¿Seremos realmente de carne y hueso?
Según los doctores... sí. De no ser así, aseguran, los obreros no serían ‘carne de cañón’, y al ver alguna buena película de horror no se nos pondría la ‘carne chinita’.
Y luego están esas fiestas religiosas seguidas por varios países llamadas... ‘carnaval’.
¿Tendrán los carnavales algo que ver en todo esto?
¿Serán dichas fiestas una mera celebración popular inspirada en la inminente llegada de la cuaresma, período comprendido entre el miércoles de ceniza y el domingo de Pascua?... o serán un complejo y escondido festejo de bienvenida de aquellos que ya han vuelto a la carne, es decir de los reencarnados... hacia los que están a punto de hacerlo, y de serlo...
Si uno se fija bien, el Carnaval de Río de Janeiro – por mencionar uno – es famoso porque nos deja ver, en toda su salvaje belleza, ríos de carne humana de todos los colores, olores, sabores, normas, hormas, formas: carne humana que danza en las calles, carne humana que brilla bajo la luz de la luna, carne humana que se agita en los carros alegóricos, carne humana que tiembla como gelatina al ritmo de los tambores, carne humana que se contorsiona bajo los escasos ropajes, carne humana que se excita con la música y a su vez excita a los músicos, carne humana que se agita a cada paso, carne humana que invita al goce y al roce, carne humana que vibra de emoción, carne humana que al zangolotearse nos abre los ojos, nos despierta la imaginación y nos acelera los pulsos, en un festín de máscaras, plumas, y lentejuelas.
Esto de polvos, carnes y reencarnaciones es muy complicado.
De tanto pensar y pensar en el tema, pues la mera verdad te cansas. Cansas, como el grupo Kansas, cuya  pieza  más famosa y aplaudida... ‘Dust in the wind’, es decir, ‘Polvo en el viento’, aún se escucha en los aparatos radiofónicos y en las discotecas de prestigio (en donde por cierto, ellas siguen yendo al baño a cada ratito ‘a polvearse la nariz’, mientras que ellos hacen lo mismo, sólo que con ese ‘polvito blanco’ tan reanimador).
Volvamos a la canción.
En ella, sus autores aseguran que sí, que somos polvo en el viento, y que nada es para siempre, excepto la Tierra y el Cielo... y el asunto este se complica aún más, por lo que sugiero que, como dicen los robacoches de la Buenos Aires... vayamos por partes:

Si fuera cierto eso de que antes de ser carne somos polvo...

... ¿De qué clase de polvo estamos hablando?
¿De polvo cósmico? ¿De polvo campirano? ¿De polvo urbano?

Me inclino por la primera teoría:
Creo que somos polvo cósmico, y que llegamos a la Tierra atraídos, halados, succionados, aspirados inicialmente, por los acaramelados suspiros, e inmediatamente después, por los agitados respiros, de los enamorados, muchos de los cuales se enamoran de imposibles (él rico, ella pobre; él cristiano, ella judía; él ecologista, ella perredista... por citar tres ejemplos), convirtiéndose así, al menos uno de los dos, en polvo enamorado.

Aquí un punto clave:

¿Qué solemos decir los caballeros de la llamada ‘Nueva España’ tras haber satisfecho nuestras necesidades elementales, nuestros menesteres corporales, nuestras obligaciones sexuales, nuestros reclamos carnales, nuestras inquietudes mentales y, finalmente, nuestros requerimientos espirituales?:

– ‘¡Quedé hecho polvo!’ – y nos echamos un pisto.

Bueno, pues según los hijos de la  Madre Patria (la Vieja España), lo que en realidad acabamos de echarnos no es un pisto, sino justamente, un ‘polvo’, un ‘polvito’, un ‘polvín’, que viene siendo el clón sexual de nuestro mexicanísimo ‘rapidín’, o del agringado ‘quicky’, es decir; estamos haciendo Patria, y poniendo no nuestro granito de arena sino nuestras gotitas de mar, nuestra espumita de ola para que alguna mujer se convierta en madre dentro de algunos meses.

Mas no podemos ni debemos desechar las otras teorías, ya que muchos mexicanos fueron, son y siguen siendo concebidos en el polvo campirano:

Ya saben...
Que los de la oficina están organizando un picnic (o los vecinos, o los del sindicato, o los padres de familia del colegio, o tus primos). Que hay que ir porque es muy romántico. Que hace mucho que no vamos. Que nosotros llevamos las cervezas y el pomo. Que yo los sandwichitos de pavo. Que los Zamudio el mantel de cuadros y el postre. Que aquéllos esto. Que estos aquéllo.
Una vez en el campo, tras haber recorrido uno que otro caminito polvoso, o vereda polvorienta en busca de un lugarcito acogedor (sombreado, de preferencia sin cacas de vaca ni de otros animales, incluyendo la del único ser capaz de tropezarse dos veces con la misma piedra), tras haber escuchado los rumores del monte, tras haber observado las exuberantes formas de la naturaleza, y tras haber aspirado los aromas de la yerba húmeda, pues como que a unos y a otras se les despierta la hormona, se les enciende la feromona y se les achispa cierta zona, ahí sobre la improvisada lona... ¡Yummy, yummy!
Por ello, tras haberse comido su sandwichito de pavo, y tras haberse bebido su café en polvo, a unos y a otras les dan ganas de echarse otro; así, y so pretexto de ‘ir a conocer los alrededores’; de ‘ir a recoger piedrecillas al río’; de ‘admirar el paisaje’, partirán con rumbo desconocido. 
*Todos sabemos que en esas circunstancias, lo que en realidad busca el paisanaje es un paraje en el paisaje para estar a solas, en pareja, para darle rienda suelta, al parejo, bajo el cielo y a ras de suelo, a sus mutuos deseos de complacerse las ganas.

Y así, mientras unos disfrutan del ‘picnic’, otros se encontrarán en pleno ‘picnic’.
Esa misma noche, ya en casita, uno de los actores dirá.
– ‘No nos vieron ni el polvo’.
Y lo que son las paradojas de la vida: 9 meses después, todos lo verán, y hasta lo escucharán berrear, es decir, para ese entonces, el polvo se habrá hecho carne.

Y finalmente está el polvo urbano.

Este se da más o menos de la siguiente forma:

Sábado tempranito.
Tras haberse desayunado su chocolatito en polvo, Sigfrido García, delantero estrella de los Ositos Pachones de la Narvarte, parte rumbo a su juego sabatino. Al despedirse de su mujer, le dice... - ‘los vamos a hacer polvo’ (refiriéndose a los Tornilleros de Tizayuca, el equipo rival).

A eso de las siete y media de la mañana, el estadio ‘Mariano Cabuches’ de Iztapalapa, se encuentra lleno.

Los jugadores de ambos equipos calientan en el lodazal que el Sol secará en cuanto salga.
Se inicia el juego.
Ante una incursión peligrosa, Espiridión Cascorro Menchaca, defensa central de los ‘Tornilleros de Tizayuca’, se barre en los linderos de su área grande. Defensa, delantero rival, portero y balón desaparecen dentro de una gruesa nube de polvo. Algunos minutos después reaparecen. El portero trae el balón en sus manos. A los tres los envuelve, los cubre, una gruesa capa de tierra, polvo, lodo, barro y piedritas; vaya, la portería ni se ve porque tiene el mismo color que el resto de la cancha… café lodo seco, gracias a la granizada de anoche.
Sigfrido se sacude; al hacerlo respira varias toneladas de polvo; parece que trae botas cafés, altas, pero no, lo que sucede es que sus tacos y sus medias también sufrieron el alevoso embate del polvo.

Sábado en la tardecita.
El delantero no ha dejado de toser desde que regresó del estadio. Dos de sus cuatro hijos ya le preguntaron que por qué se puso una peluca como de Bob Marley (cantante jamaicano de reggae, ya fallecido, y quizá ya reencarnado) cuando en realidad su cabello es negro y lacio; lo que sucede es que es más fácil quitarle una mancha de aceite de submarino nuclear ruso a una sábana blanca, que tratar de quitarle el polvo - y por lo tanto la rigidez - a cualquier cabellera, peluca o bisoñé a los que les ha caído un baño de tierra, y aunque el atribulado padre de familia ya se ha dado tres duchazos a conciencia, su cabellera continúa pareciendo la peluca del payaso ‘Volován’.

Sábado en la nochecita.
Cada vez que tose, el crack ahora arroja una especie de chiclosos viscosos y pegajosos, que en realidad son trocitos de tierra ya seca, debidamente encapsulada en flemas pardas.

Domingo tempranito.
Sin importarle un bledo la tos de perro con la que amaneció, el jefe de familia está listo para irse a rifar el físico al mismo campo. Parece vampiro dark; está hiper ronco, trae los pelos parados, los ojos rojos, la garganta irritada, la lengua hinchada, el esófago congestionado y los pulmones colapsados. Ya uniformado de morado obispo y verde perico (los colores de los Ositos Pachones) trata de deglutir los chilaquiles que le preparó Cynthia, su esposa. Imposible.

Domingo al mediodía.
 El entrenador ve llegar a hombre y mujer, y tras decirle a su jugador estrella que ese nuevo tinte y ese corte de cabello como que no le van del todo bien, le sugiere que mejor se vaya a casa a descansar, no sin antes recomendarle a la esposa que le compre un jarabito para la tos en alguna farmacia que se encuentren por el camino.
Así lo hacen.
El goleador nato se meterá a su camita a eso de las tres de la tarde y no despertará hasta mañana.
-Si amaneces igual, le hablo al licenciado Tellechea y te reporto enfermo – le dice su amorosa mujercita.


Lunes tempranito.
Nuestro crack ha despertado. Ya se siente un poco mejor. Llama a su mujercita y no recibe respuesta, por lo que imagina que la bella dama fue a dejar a los niños al colegio para luego ir al super y al mercado por las provisiones. Le echa un vistazo al teléfono y le pide al cielo que Cynthia lo haya reportado enfermo. Se levanta, se pone su bata y se dirige hacia la cocina. Tiene hambre. Al pasar cerca de la sala, ve por detrás a Ivonne, la nueva mano derecha del hogar, la que, de puntitas, pasa el mechudo por la parte superior del librero que hay junto al love seat, dejando al descubierto dos magníficos muslos, de esos que presagian el paraíso que ha de haber más arribita; el clásico... ‘si así está el caminito, cómo estará el ranchito’.
Impactado por las carnes de la mujer, el enfermito ya ha ideado un plan. Se regresa a su cama de inmediato, sin hacer ruido.
–¡Ivonne! – grita, enronqueciendo la voz.
- ¿Me llamó el señor? – preguntará la doncella, ruborizada al ver a su patrón en posición de ‘Majo desnudo’.
– Muy bien, Ivonne, mira, prepárame un desayunito y me lo traes a la cama... ¡Ah!... y no me llames señor... llámame Sigfri.
Y así, mientras su mujer se encuentra surtiendo la lista del mandado, y en lo que la improvisada y desconcertada cocinera prepara lo que le han mandado, el muy mandado está a punto de surtírsela al pasarse de listo (dentro de un ratito será él el que tenga el mechudo en ambas manos), es decir, ya entró al área; sólo le falta que le den el pase de pechito para rematar y anotar.
....¡Gooooooooooooooooooooooool!
Un mes después, ‘por causas de fuerza mayor’, Ivonne se irá del hogar ‘porque fíjate que a Sigfrido se le perdieron las mancuernillas de oro que le regaló su abuela’ (cuando en realidad Sigfrido las tiene bajo llave en la oficina); eso sí, la infeliz mujer partirá con un futuro crack futbolístico en sus entrañas.

Polvos, polvaderas y goles.

¿Será un ciclo interminable?, ¿Un círculo infinito? ¿Un circuito eterno?
¿Naceremos, moriremos y volveremos a nacer y a morir una y otra vez, por lo siglos de los siglos, pasando del polvo a la carne, en reversa o viceversa?

Repito...lo ignoro.

Claro. Una cosa es lo que es... si es que es, verdad, y otra, muy diferente es lo que nos gustaría que fuera.
Me explico:
¿Cuántos de nosotros seríamos candidatos al Big Brother Sideral, es decir, a volver a entrar a la casa tras haber salido de ella con los tenis por delante, como el buen Cleto?
...¿Cuántos candidatos querrían volver?
...¿Cuántas veces más?
...¿En qué les gustaría reencarnar?
...¿En hombre? ¿En mujer? ¿En animal?
...¿Eso lo decidirá uno... o alguien lo decidirá por uno?

Pienso que el azar debe de jugar un papel muy importante en esta obra, ya que no creo que exista un Manual Universal de Regresos, o una Guía Completa de Retornos, capaces de manejar espacios y tiempos previamente establecidos.
No obstante, me encantaría que la ley de las compensaciones, la balanza cósmica, la justicia divina... se echara a andar sobre el destino inmediato de aquellos candidatos que aceptaran regresar.

First:
Si el candidato marcado con el número 1 fue un rata y una cucaracha toda su vida (político corrupto, o banquero abusivo, o asesino, o abogadillo de cuarta, o judicial de quinta)... pues debería de reencarnar justamente en rata panzona o en cucaracha brillosa, condenado a vivir su nueva vida en la cañería más apestosa del peor tugurio de la ciudad más sucia y miserable del mundo, habitada por ese tipo de infra-seres humanos que, con tal de llevarse algo a la boca,  no le hacen el fuchi absolutamente a nada.
Next.
Si la candidata marcada con el número 2 gustaba de engañar a su marido, echándole los perros que al compadre, que al jefe de la oficina, que al vecino, que al director del colegio Británico (donde va Paquito)... pues debería de regresar a este valle de lágrimas como zorra inglesa, para que en esta nueva oportunidad fueran los cazadores británicos los que le echaran los perros, literalmente hablando.
Last.
Si el candidato (a) marcado (a) con el número 3 fue un ser humano honesto, responsable, inteligente, sensible, confiable, trabajador, generoso, alegre, puntual, cooperativo, intuitivo, amoroso, mesurado, cariñoso, centrado, sin vicios, divertido, ahorrador, servicial, incapaz de cometer  ilícito alguno, ingenioso... ¡Híjole!, la mera verdad nadie sabría qué hacer porque esa especie, ese grupo, ese ramillete humano se ha de haber extinguido poquito después que los dinosaurios.
*Al respecto, tengo la esperanza de que haya por ahí algún rezagado de esta casta (algún bibliotecario anónimo en Guanajuato, o alguna sonriente cajera de banco en Querétaro, o algún simpático profesor rural en Chihuahua, etc.).
¡Uy! Sería fabuloso que, en su próxima existencia, todos ellos pudieran ver realizado el añejo sueño de todos los hombres de todas las épocas:
¿Ser ricos? ¿Ser famosos? ¿Ser importantes? ¿Descubrir el hilo negro?
No.

...Volar.

Se ha de sentir muy bonito eso de poder mirar la Tierra desde el Cielo; eso de poder sentir los rayos del Sol más cerca que nadie; eso de respirar aires aún no contaminados por el Hombre; eso de esconderse de la Luna en alguna nube dormilona; eso de surcar el espacio abierto y azul en absoluta libertad; eso de sobrevolar tormentas, tornados y huracanes; eso de rozar la estratósfera para después llegar hasta los límites de la ionósfera; eso de mecerse al viento crepuscular en una dorada tarde de lluvia, para dejarse caer en picada y volver a subir vertiginosamente al reino de las alturas... en un abrir y cerrar de alas.

Una justa recompensa, a no dudar.

Bueno, pues déjenme decirles que conozco a un buen número de mexicanos y de mexicanas que juran y perjuran ser del clan de los rezagados (cuando en realidad son candidatos de los tipos 1 y 2 antes expuestos).
Por lo pronto, y sólidamente apoyados en sus estándares de previsión, muchos de ellos ya están tomando sus clases de vuelo, digo, por si les toca reencarnar en águila, o en halcón, o en cóndor, o en paloma mensajera (en paloma de la paz no, porque, con tanta guerra que hay, la pobre está hecha polvo).

Concluyendo:
La reencarnación es una de esas cosas que sólo puede ser creíble si uno la llega a experimentar... ahora sí que en carne propia.
                    


Tiempo de carnaval

Para aquellos que dicen creer
en lo que no creen,
y para los que sí creen
en aquello que dicen no creer.

Ignacio Ernesto Jaime Priego.
Agosto de 1993/2002


Diario de un chícharo feliz (segunda parte)

Enero 4 de 1985

Querido diario:
En un arranque de humanismo, el señor Velázquez me dijo hoy en la mañana (por teléfono, desde su casa en Tequisquiapan) que, a partir de ya, podía yo disponer de tres días de vacaciones. Pienso tomarle la palabra e irme a Tepoztlán, para subirme al Tepozteco y cargarme de energía positiva. Le dejó instrucciones a la pagadora (una tal Rita) para que me diera 500 pesos. Por la noche, al llegar a la casa, le comenté a la jefa y se puso feliz, por lo que, querido, diario, no te ofendas si no te escribo estos días, pero me voy a tomar un merecido descanso.

Enero 9 de 1985

Querido diario:

Aquí me tienes, una vez más, al pie del cañón. Listo para iniciar el año (de hecho, regresé el viernes, pero aún no había nadie).

Se acabaron mis vacaciones y las vacaciones de todos.

Poco a poco, el personal de la agencia número uno del mundo se va presentando a laborar.

Los jefes regresaron quemaditos por el Sol, mientras que sus inferiores (que por aquí llaman subordinados, pero que yo llamo ‘chícharos’) están bien quemaditos, pero de la cartera, es decir, sin un clavel en el ojal, sin un billete en la bolsa, sin un quinto en el monedero.
Y es curioso ver las dos caras de la moneda:
Los jefes nos muestran las fotografías que se tomaron a bordo de una góndola, frente a la Plaza de San Marcos, en Venecia, mientras que los de abajo nos muestras las suyas, en donde los vemos en una trajinera, frente al mercado de las Flores, en Xochimilco.

Enero 10 de 1985

Querido diario:
Fíjate que caminando por las calles de Tepoztlán, la vi, y supe que era justo lo que necesitaba. La compré tras regatear un poco con el vendedor. Cualquier día de estos me animo y la traigo a la agencia.
El trabajo sigue igual, o mejor, dicho, ya me lo aumentaron; ahora mando faxes también; con decirte que hasta el señor Velázquez me pide favores (ir a comprar su leche, o llevarle la ropa a la tintorería, para recogerla luego); no si yo sabía que esos tres días de descanso no eran de a gratis. Qué va.

Enero 15 de 1985
Querido diario:
Hoy regresó de sus vacaciones el director de la agencia.
Además es quincena.
Se me va como agua, porque los gastos de la casa cada vez son mayores (pipirín, luz, agua, teléfono, etc.), es decir, es muy difícil cubrir los gastos de hoy con el sueldo de ayer (te recuerdo que entré a trabajar hace poco más de un año. La inflación ha subido, bajita la mano, un 50% mientras que mi sueldo se incrementó en menos del 20%, lo que significa que voy un 30% abajo, atrás.
Te soy sincero; a veces me entra una flojera, una desidia y un desánimo terribles. Me levanto, me baño, me desayuno, tomo mi Metro y mis camiones, llego a la agencia, trabajo, hago favores, trabajo, y me voy a casa ya bien entrada la madrugada. Me siento como esos robotitos ya programados, que hacen lo mismo mañana, tarde y noche, sin emociones, sin sentimientos, sin alegría. Y eso es muy feo, pero qué quieres, así me hacen sentir. ¿Se me pasará?... Espero que sí.

Enero 22 de 1985
Querido diario:
Hoy fue cumpleaños de uno de mis cuates de la colonia y pues qué caray, fui a su comida. Claro, estuve un ratito, por la chamba. Regresé a la agencia quince minutos más tarde de mi hora y ya me estaba esperando el señor Velázquez. Le dije lo que pasó y me dijo que a él ‘le importaban muy poco mis amistades, que los horarios de trabajo se hicieron para respetarse (imagínatelo a él, que a veces no regresa en las tardes, tirándome ese rollo) y a los que no les guste, pues se pueden ir’. Me dieron unas ganas infinitas de renunciarle en ese momento, pero me acordé de mi compra de Tepoztlán y me calmé; acepté el regaño y le prometí que no volvería a ocurrir. El santo señor tamborileó los dedos y me dijo que estaba bien, que olvidaría el asunto si reponía yo esos quince minutos de trabajo en la noche, o yéndole a recoger un traje a la tintorería, lo que yo quisiera.

Enero 26 de 1985:
Querido diario:
No se me quita el sentimiento de marcado desinterés laboral que me aqueja. Lo que es más, ahora viene acompañado de una especie de rechazo mental y de asco espiritual.

Enero 30 de 1985
Querido diario:
Algo me hizo daño. O fue el coraje que traigo con todo esto, o fueron los tacos que me cené anoche en lo que llegaba la combi; ya sabes, los del pastor de la Nativitas. Pasé una noche terrible. Y en la mañana me fue peor; me la pasé en uno de los baños de la agencia. Estoy pálido, tembloroso, con ganas de volver el estómago. Sudo frío. Y lo que son las cosas, ahora que necesitaba un poco de la paz y de la tranquilidad que gocé en diciembre, me estuvieron buscando los creativos de varios pisos; parece que van a presentar una campaña conjunta. Cuando le pregunté a la secretaria de Velázquez si era buena idea pedir la tarde libre para irme a mi casa, me dijo que ni se me ocurriera sugerírselo al señor Velázquez, porque ‘últimamente no lo tienes muy contento que digamos’. ¡Maldición!, el día que más necesitaba que tampoco viniera por la tarde, el señor Velázquez se quedó en la agencia; ni siquiera salió a comer; me mandó por unos camarones gigantes en la marisquería que hay a tres cuadras de la agencia.

Febrero 12 de 1985
Querido diario:
Ya me siento mucho mejor.

Ha de haber sido una infección gruesa, pero ya estoy bien. Me hubiera gustado ir a ver al doctor, pero a qué horas, si cuando entro a trabajar aún no abre y cuando salgo, pues ya cerró, y lo peor... ¡Con qué ojos, divino tuerto!, como decimos los de la colonia.

Anoche estuve dándole vueltas y vueltas a la almohada, y llegué a una conclusión: ya no puedo más; esta misma semana voy a poner en práctica mi plan; ya sabes, lo de Tepoztlán.


Febrero 14 de 1985

Querido diario:

Día del Amor y de la Amistad.

Sí cómo no; estas gentes sólo le ofrecen su amoroso corazón y su amistosa mano... a la lana (a su lana); fue esta incongruencia la que me motivó a actuar hoy.

Me levanté tempranito, y me guardé la pistola en la bolsa interior de mi chamarra. No se notaba nada. Llegué a la agencia como si nada y me puse a chambear. Me acordé de Lee Harvey Oswald. A eso de las once de la mañana, fui a ver al señor Velázquez. Me recibió, y claro, me preguntó que qué se me ofrecía, sin voltear a verme siquiera.
– ‘Quiero ver al mero mero de la agencia’  –, le dije. Estaba yo muy  serio, tanto que el señor Velázquez, por primera vez en todo este tiempo, me vio de frente... y luego me esquivó la mirada. Descolgó su teléfono y dijo: – ‘¿Señor?, perdone que lo moleste pero el empleado 0622 quiere hablar con usted... sí... es el que se encarga del aseo... sí. Ahorita mismo le digo, señor’  –. Colgó. – ‘Que dice el señor que puede usted subir a verlo en este preciso momento’  –. Le di las gracias y abandoné su oficina. Pulsé el elevador. Subí. Llegué al último piso, al Olimpo. Al Nirvana.  
Saludé a la diosa Gaby, que hoy se veía hermosa con esa blusita semi-transparente. No traía brassier y se había abierto los tres botones superiores de su blusita, dejando al descubierto algo de las preciosas redondeces de su pecho, o mejor dicho, de sus pechos.
– ‘Pásale’  –, me dijo  –, ‘te está esperando el señor’  –. Entré. Me pasmó tanto lujo. Nomás te digo que sobre la mesa del centro había una charola de botanas dignas de un rey. Camarones; quesos selectos; aceitunas rellenas; jamón serrano; galletas importadas. Algunas canastas con frutas. Hasta arreglos florales de distintos clientes.  
Me acerqué a su escritorio, despacito. ‘Qué alfombra más mullida’, pensé. El señor estaba leyendo un Playboy, o un Penthouse, no me fijé bien. Lo guardó. – ‘¿Para qué soy bueno?’ –, me preguntó en algo muy parecido al español. Sin mayores preámbulos saqué la  pistola y le apunté. – ‘¿Bueno?... ¿Usted?’ –, le contesté... – ‘para  nada, mi amigo; bueno, sí, usted y todos los que son como usted son muy buenos para abusar de los pobres como yo, los que nunca podrán llevar a su mesa una charola como esa’  –, le señalé la que estaba sobre la mesita central. El señor director se puso pálido.  
 – ‘¡Qué quiere!’ –, me preguntó, sin dejar de ver el cañón de mi escuadra. – ‘Le voy a decir qué quiero’  –, le respondí, enérgicamente, aunque muy calmado. – ‘Quiero que levante el teléfono, que se comunique con el señor Velázquez y que le diga que, a partir de mañana, en un gesto de amor y de amistad, todo el personal de la agencia va a ganar el doble de sueldo. ¿Fui claro?’ –.
– ‘Muy claro’  –, dijo, e hizo lo que le indiqué.
Luego, a señas le pedí que colgara el auricular, cosa que hizo de inmediato.
– ‘Ahora, levántese de su asiento, camine hasta el centro de la oficina... y arrodíllese frente a mí, señor’  –, le dije, sin dejar de apuntarle. El señor hizo lo que le solicité. Le puse el cañón de mi escuadra en la sien derecha. – ‘Esta es la primera vez que un jefe se hinca ante un chícharo, señor. Y me gusta el sentimiento, Oh, sí’  –, le confesé.  
– ‘Señor, dígame... ¿qué se siente estar de rodillas ante un supuesto semejante’  –. No me dijo nada. – ‘¿No piensa hablar?’ –, insistí  –. Nada.  – ‘Bien, en vista del éxito obtenido... Llegó su hora, señor mío, despídase del mundo’  –, sentencié y corté cartucho. Inicié la cuenta regresiva: – ‘5,4,3,2,1... adiós, señor’  –.   
Apreté el gatillo... y un chorro de agua fría bañó la canosa y bien recortada cabellera del director, quien cayó desmayado del susto. Por la alfombra corrían dos o tres ríos en miniatura.  
– ‘Valiente director tengo yo... corrección; tenía yo’  –, pensé. Me guardé la pistola de agua y abandoné aquella oficina. Salí al pasillo. Ahí seguía la diosa de las bolas pectorales. Estaba limándose las uñas.  
– ‘Me pidió que te dijera, porque te puedo hablar de tú, ¿Verdad?, que ahorita no lo moleste nadie, Gaby, ni que le pases llamadas’  –, le comenté, – ‘nomás me dijo que él te llama al ratito’.
– ‘Perfecto’  –, me respondió.  
Pedí el elevador. Llegó. Subí. Pulsé el botoncito de PB. No paré de reírme durante todo el trayecto.  
Fue así como salí por la puerta principal de la agencia número uno del mundo, para no regresar jamás.
                    

 

 

Diario de un chícharo feliz

 (segunda parte)


     Dedicado a quienes me han enseñado
     que la fórmula consiste
     en dejar atrás cualquier formulismo.

     Ignacio Ernesto Jaime Priego.
     Junio de 1996/2002