miércoles, 10 de agosto de 2011

Diario de un chícharo feliz (segunda parte)

Enero 4 de 1985

Querido diario:
En un arranque de humanismo, el señor Velázquez me dijo hoy en la mañana (por teléfono, desde su casa en Tequisquiapan) que, a partir de ya, podía yo disponer de tres días de vacaciones. Pienso tomarle la palabra e irme a Tepoztlán, para subirme al Tepozteco y cargarme de energía positiva. Le dejó instrucciones a la pagadora (una tal Rita) para que me diera 500 pesos. Por la noche, al llegar a la casa, le comenté a la jefa y se puso feliz, por lo que, querido, diario, no te ofendas si no te escribo estos días, pero me voy a tomar un merecido descanso.

Enero 9 de 1985

Querido diario:

Aquí me tienes, una vez más, al pie del cañón. Listo para iniciar el año (de hecho, regresé el viernes, pero aún no había nadie).

Se acabaron mis vacaciones y las vacaciones de todos.

Poco a poco, el personal de la agencia número uno del mundo se va presentando a laborar.

Los jefes regresaron quemaditos por el Sol, mientras que sus inferiores (que por aquí llaman subordinados, pero que yo llamo ‘chícharos’) están bien quemaditos, pero de la cartera, es decir, sin un clavel en el ojal, sin un billete en la bolsa, sin un quinto en el monedero.
Y es curioso ver las dos caras de la moneda:
Los jefes nos muestran las fotografías que se tomaron a bordo de una góndola, frente a la Plaza de San Marcos, en Venecia, mientras que los de abajo nos muestras las suyas, en donde los vemos en una trajinera, frente al mercado de las Flores, en Xochimilco.

Enero 10 de 1985

Querido diario:
Fíjate que caminando por las calles de Tepoztlán, la vi, y supe que era justo lo que necesitaba. La compré tras regatear un poco con el vendedor. Cualquier día de estos me animo y la traigo a la agencia.
El trabajo sigue igual, o mejor, dicho, ya me lo aumentaron; ahora mando faxes también; con decirte que hasta el señor Velázquez me pide favores (ir a comprar su leche, o llevarle la ropa a la tintorería, para recogerla luego); no si yo sabía que esos tres días de descanso no eran de a gratis. Qué va.

Enero 15 de 1985
Querido diario:
Hoy regresó de sus vacaciones el director de la agencia.
Además es quincena.
Se me va como agua, porque los gastos de la casa cada vez son mayores (pipirín, luz, agua, teléfono, etc.), es decir, es muy difícil cubrir los gastos de hoy con el sueldo de ayer (te recuerdo que entré a trabajar hace poco más de un año. La inflación ha subido, bajita la mano, un 50% mientras que mi sueldo se incrementó en menos del 20%, lo que significa que voy un 30% abajo, atrás.
Te soy sincero; a veces me entra una flojera, una desidia y un desánimo terribles. Me levanto, me baño, me desayuno, tomo mi Metro y mis camiones, llego a la agencia, trabajo, hago favores, trabajo, y me voy a casa ya bien entrada la madrugada. Me siento como esos robotitos ya programados, que hacen lo mismo mañana, tarde y noche, sin emociones, sin sentimientos, sin alegría. Y eso es muy feo, pero qué quieres, así me hacen sentir. ¿Se me pasará?... Espero que sí.

Enero 22 de 1985
Querido diario:
Hoy fue cumpleaños de uno de mis cuates de la colonia y pues qué caray, fui a su comida. Claro, estuve un ratito, por la chamba. Regresé a la agencia quince minutos más tarde de mi hora y ya me estaba esperando el señor Velázquez. Le dije lo que pasó y me dijo que a él ‘le importaban muy poco mis amistades, que los horarios de trabajo se hicieron para respetarse (imagínatelo a él, que a veces no regresa en las tardes, tirándome ese rollo) y a los que no les guste, pues se pueden ir’. Me dieron unas ganas infinitas de renunciarle en ese momento, pero me acordé de mi compra de Tepoztlán y me calmé; acepté el regaño y le prometí que no volvería a ocurrir. El santo señor tamborileó los dedos y me dijo que estaba bien, que olvidaría el asunto si reponía yo esos quince minutos de trabajo en la noche, o yéndole a recoger un traje a la tintorería, lo que yo quisiera.

Enero 26 de 1985:
Querido diario:
No se me quita el sentimiento de marcado desinterés laboral que me aqueja. Lo que es más, ahora viene acompañado de una especie de rechazo mental y de asco espiritual.

Enero 30 de 1985
Querido diario:
Algo me hizo daño. O fue el coraje que traigo con todo esto, o fueron los tacos que me cené anoche en lo que llegaba la combi; ya sabes, los del pastor de la Nativitas. Pasé una noche terrible. Y en la mañana me fue peor; me la pasé en uno de los baños de la agencia. Estoy pálido, tembloroso, con ganas de volver el estómago. Sudo frío. Y lo que son las cosas, ahora que necesitaba un poco de la paz y de la tranquilidad que gocé en diciembre, me estuvieron buscando los creativos de varios pisos; parece que van a presentar una campaña conjunta. Cuando le pregunté a la secretaria de Velázquez si era buena idea pedir la tarde libre para irme a mi casa, me dijo que ni se me ocurriera sugerírselo al señor Velázquez, porque ‘últimamente no lo tienes muy contento que digamos’. ¡Maldición!, el día que más necesitaba que tampoco viniera por la tarde, el señor Velázquez se quedó en la agencia; ni siquiera salió a comer; me mandó por unos camarones gigantes en la marisquería que hay a tres cuadras de la agencia.

Febrero 12 de 1985
Querido diario:
Ya me siento mucho mejor.

Ha de haber sido una infección gruesa, pero ya estoy bien. Me hubiera gustado ir a ver al doctor, pero a qué horas, si cuando entro a trabajar aún no abre y cuando salgo, pues ya cerró, y lo peor... ¡Con qué ojos, divino tuerto!, como decimos los de la colonia.

Anoche estuve dándole vueltas y vueltas a la almohada, y llegué a una conclusión: ya no puedo más; esta misma semana voy a poner en práctica mi plan; ya sabes, lo de Tepoztlán.


Febrero 14 de 1985

Querido diario:

Día del Amor y de la Amistad.

Sí cómo no; estas gentes sólo le ofrecen su amoroso corazón y su amistosa mano... a la lana (a su lana); fue esta incongruencia la que me motivó a actuar hoy.

Me levanté tempranito, y me guardé la pistola en la bolsa interior de mi chamarra. No se notaba nada. Llegué a la agencia como si nada y me puse a chambear. Me acordé de Lee Harvey Oswald. A eso de las once de la mañana, fui a ver al señor Velázquez. Me recibió, y claro, me preguntó que qué se me ofrecía, sin voltear a verme siquiera.
– ‘Quiero ver al mero mero de la agencia’  –, le dije. Estaba yo muy  serio, tanto que el señor Velázquez, por primera vez en todo este tiempo, me vio de frente... y luego me esquivó la mirada. Descolgó su teléfono y dijo: – ‘¿Señor?, perdone que lo moleste pero el empleado 0622 quiere hablar con usted... sí... es el que se encarga del aseo... sí. Ahorita mismo le digo, señor’  –. Colgó. – ‘Que dice el señor que puede usted subir a verlo en este preciso momento’  –. Le di las gracias y abandoné su oficina. Pulsé el elevador. Subí. Llegué al último piso, al Olimpo. Al Nirvana.  
Saludé a la diosa Gaby, que hoy se veía hermosa con esa blusita semi-transparente. No traía brassier y se había abierto los tres botones superiores de su blusita, dejando al descubierto algo de las preciosas redondeces de su pecho, o mejor dicho, de sus pechos.
– ‘Pásale’  –, me dijo  –, ‘te está esperando el señor’  –. Entré. Me pasmó tanto lujo. Nomás te digo que sobre la mesa del centro había una charola de botanas dignas de un rey. Camarones; quesos selectos; aceitunas rellenas; jamón serrano; galletas importadas. Algunas canastas con frutas. Hasta arreglos florales de distintos clientes.  
Me acerqué a su escritorio, despacito. ‘Qué alfombra más mullida’, pensé. El señor estaba leyendo un Playboy, o un Penthouse, no me fijé bien. Lo guardó. – ‘¿Para qué soy bueno?’ –, me preguntó en algo muy parecido al español. Sin mayores preámbulos saqué la  pistola y le apunté. – ‘¿Bueno?... ¿Usted?’ –, le contesté... – ‘para  nada, mi amigo; bueno, sí, usted y todos los que son como usted son muy buenos para abusar de los pobres como yo, los que nunca podrán llevar a su mesa una charola como esa’  –, le señalé la que estaba sobre la mesita central. El señor director se puso pálido.  
 – ‘¡Qué quiere!’ –, me preguntó, sin dejar de ver el cañón de mi escuadra. – ‘Le voy a decir qué quiero’  –, le respondí, enérgicamente, aunque muy calmado. – ‘Quiero que levante el teléfono, que se comunique con el señor Velázquez y que le diga que, a partir de mañana, en un gesto de amor y de amistad, todo el personal de la agencia va a ganar el doble de sueldo. ¿Fui claro?’ –.
– ‘Muy claro’  –, dijo, e hizo lo que le indiqué.
Luego, a señas le pedí que colgara el auricular, cosa que hizo de inmediato.
– ‘Ahora, levántese de su asiento, camine hasta el centro de la oficina... y arrodíllese frente a mí, señor’  –, le dije, sin dejar de apuntarle. El señor hizo lo que le solicité. Le puse el cañón de mi escuadra en la sien derecha. – ‘Esta es la primera vez que un jefe se hinca ante un chícharo, señor. Y me gusta el sentimiento, Oh, sí’  –, le confesé.  
– ‘Señor, dígame... ¿qué se siente estar de rodillas ante un supuesto semejante’  –. No me dijo nada. – ‘¿No piensa hablar?’ –, insistí  –. Nada.  – ‘Bien, en vista del éxito obtenido... Llegó su hora, señor mío, despídase del mundo’  –, sentencié y corté cartucho. Inicié la cuenta regresiva: – ‘5,4,3,2,1... adiós, señor’  –.   
Apreté el gatillo... y un chorro de agua fría bañó la canosa y bien recortada cabellera del director, quien cayó desmayado del susto. Por la alfombra corrían dos o tres ríos en miniatura.  
– ‘Valiente director tengo yo... corrección; tenía yo’  –, pensé. Me guardé la pistola de agua y abandoné aquella oficina. Salí al pasillo. Ahí seguía la diosa de las bolas pectorales. Estaba limándose las uñas.  
– ‘Me pidió que te dijera, porque te puedo hablar de tú, ¿Verdad?, que ahorita no lo moleste nadie, Gaby, ni que le pases llamadas’  –, le comenté, – ‘nomás me dijo que él te llama al ratito’.
– ‘Perfecto’  –, me respondió.  
Pedí el elevador. Llegó. Subí. Pulsé el botoncito de PB. No paré de reírme durante todo el trayecto.  
Fue así como salí por la puerta principal de la agencia número uno del mundo, para no regresar jamás.
                    

 

 

Diario de un chícharo feliz

 (segunda parte)


     Dedicado a quienes me han enseñado
     que la fórmula consiste
     en dejar atrás cualquier formulismo.

     Ignacio Ernesto Jaime Priego.
     Junio de 1996/2002

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