sábado, 22 de enero de 2011

Paso sin ver

Un par de semanas atrás, digo, para estar a tono con el tema, un amigo mío de recién ingreso a las huestes matrimoniadas me comentaba:
– ¿Cómo puede un hombre preferir el tormento de un juego de naipes… al placer de estar con una mujer?
– Ambas actividades son casi idénticas – le respondí. Y claro, al no ver y mucho menos encontrar rastros de coherencia en mi respuesta, me exigió una explicación.
Y mal que bien, traté de ofrecérsela:

– Casa y casino – le dije, para abrir boca, y me seguí de filo...
Casa; el hogar de uno. Casino, el hogar del jugador.
El casado, casa quiere; el jugador, casino quiere.
Casino: del italiano casa pequeña, elegante; local donde se practican juegos de azar, amén de cruzarse apuestas.

Cada quien habla según le fue en la feria del amor, o según le fue con su feria, si es que se sentó a jugar una manita de póker.
Amor y póker.
Dos actividades muy humanas y a veces muy inhumanas, ambas tan aparentemente ajenas la una de la otra, y sin embargo… ¡tan ligadas entre sí!, como las últimas jugadas del cuarto tiempo de un partido de fútbol americano; tan parecidas la una a la otra como dos gemelas gringas, rubias, pecosas y con frenos en los dientes, o como dos oficinistas chinos en el Metro de Beijing, o como dos piedras de pueblo en camino rural, o como dos mexicanísimos informes de gobierno, incluso de diferentes funcionarios, en diferentes estados, sexenios… y siglos.
Y al decir amor no quiero decir matrimonio exclusivamente, sino que incluyo a todos sus anexas: noviazgo foráneo, arrejunte cutáneo (ya sea de común acuerdo, o forzado), amasiato coterráneo, free mediterráneo, antojo momentáneo, flechazo instantáneo o calentón espontáneo.
Amor y póker.
¿Que en qué me baso para dar por buena y con tanta vehemencia la supuesta afinidad entre ambas actividades?
Pues ni más ni menos que en la experiencia personal.

Vayamos pues, a los hechos:

Las apuestas

Éstas son fundamentales en el póker.
– Habla la Dama.
La Dama apuesta 5.
– El 10, va, y revira  (es decir, paga y vuelve a apostar) 20.
– El 8 paga 25.
Si no hay apuestas, no hay juego, y si no hay juego, pues no hay nada.

Y en el amor también hay apuestas.
– ¡Cuánto te apuestas a que el estéril y tarado de Bulmaro sí se casa con Rogaciana, embarazada de Willy!
O…
– ¡Te apuesto lo que quieras a que la buenérrima novia del eyaculador precoz de tu primo le pone el cuerno con ‘el Búfalo’ en la fiesta del próximo sábado!, si nomás hay que verle la cara a la damita en cuestión.
O…
– Apostaría media vida a que acabo de ver a mi vecina Ruth, la casada, entrando a ese hotel con su jefe.

La esencia

Como todos sabemos, el póker es un juego de cartas: 52, para ser exactos (sin contar comodines, jokers).
La llamada baraja americana consta de 52 cartas o naipes distribuidos en cuatro palos (corazones, diamantes, tréboles y picas), dos rojos y dos negros.

En el póker, cada jugador pone su entrada, por orden, cada jugador paga o no lo apostado por los demás, con el derecho a revirar, es decir, a aumentar la apuesta inicial. Entradas y apuestas son colocadas justo en el centro de la mesa. A esa cantidad de fichas se le denomina… la polla. Todos los jugadores desean quedarse con la polla. Ese es el chiste del juego: quedarse con la mayor cantidad de pollas posibles durante la partida, ésta generalmente nocturna.
En el amor… todos vamos tras las pollas, tras las pollitas (sobretodo últimamente, que están saliendo bastante liberales); y ellas, también van sobre la polla… sobre todo las españolas.
¿Miento acaso?

Los palos

Obviamente, los cuatro palos están inspirados en el amor:
–¿Picas? – le pregunta o al menos le insinúa el hombre a la mujer, y en ocasiones la mujer al hombre.
– Claro que sí, pero para que mi corazón y todo lo demás te pertenezca, primero debo lucir unos preciosos diamantes en el cuello – aclara ella.
Todos los días, las damitas sueñan con encontrar el trébol de cuatro hojas (los cuatro palos de la baraja) que les haga el milagrito.

Las cartas

Cada palo está integrado por trece cartas: un As, un 2, un 3, un 4, un 5, un 6, un 7, un 8, un 9, un 10, un Jack (Caballero), una Queen (Reina) y un King (Rey). De todas, sólo el As corre arriba y abajo; lo mismo sucede en la vida real, en donde los ases, ya sea del volante, del fútbol, del cine o de los negocios, por mencionar cuatro actividades, corren arriba y abajo, generalmente persiguiendo Damas, de Corazones y de Diamantes, en busca de la tan ansiada Pica.
– ¿Pica usted, mi lady – preguntó el As de los torneos medievales a la Dama, aprovechando que el Rey andaba en una corrida, a lo que la Dama contestó – ¡Que fue del romance! As de quinta, déjeme aspirar al menos una flor, y luego hablamos.

Bueno, pues el amor también es un juego de cartas… al menos lo era hasta antes de la llegada del e mail, messenger y demás artilugios cibernéticos cuya velocidad de respuesta está dejando sin inspiración a tanto poeta y romántico, y sin empleo a tanto cartero (oficio a punto de ser considerado Historia antigua).
¿Quién no recuerda con cierta nostalgia cuando incluso uno mismo esperaba con ansia desbordada el tradicional y callejero silbatazo que nos anunciaba la inminente llegada, o del cartero, o del afilador de cuchillos?, y cuando efectivamente era aquél y no éste, el corazón nos trotaba en el pecho como percherón en exhibición. Nos sentíamos como Reyes del mazo porque nos había escrito nuestra Reina de corazones, nuestra media naranja (en ocasiones media toronja o media sandía, dependiendo de los impulsos taqueros, torteros, garnacheros, botaneros y fonderos de la susodicha).
Impávidos, ávidos y lívidos, abríamos el sobre… y sobres, a leer la carta, escrita con su puño y letra. ¿Podía existir más romanticismo?

Las fichas

El póker es un juego de fichas, de todos colores, formas y valores, fichas que irán pasando de mano en mano a lo largo de la partida; la cosa es comprar pocas y ganar muchas: todas, si es posible, y sí es posible. Las hay de 1, de 5, de 50, de 500, de 1000, y hasta de 10,000 pesos (o dólares, o euros), o más.
En el amor también… ¡se topa uno con cada fichita, y en qué forma!, y al igual que en el póker, también van pasando de mano en mano… y de cama en cama, y también las hay de 1, de 5, de 50, de 500, de 1000, y hasta de 10,000 pesos o más.
¿Voy bien o me regreso?

Los valores

En el póker, el juego más bajo de cinco cartas se llama Pachuca, en el que el jugador no liga nada, si acaso una carta mayor.
El peor de los juegos, la peor de las Pachucas… es esta: 2, 3, 4, 5, 7  (lógicamente de diferente palo y tras haber realizado el cambio de cartas). Esto quiere decir que si a usted le sale, ese 7 (que es su carta mayor) tiene muy pocas, por no decir nulas, posibilidades de llevarse la polla, es decir, de derrotar a los demás jugadores, que al menos tendrán un 8, suficiente para ganarle a usted. Por eso al que le sale dicha Pachucota, y de puro coraje, se echa un ‘Hidalgo’ – de un solo trago – de aquella bebida que esté ingiriendo en ese momento (generalmente tequila).
Y en el amor, los recién casados que por no tener dinero pertenecen a los extractos más bajos de la sociedad, casi por lo general tampoco ligan nada interesante (si acaso a alguien mayor), por lo que pasan su luna de miel en la casa de alguna tía en Pachuca, Hidalgo.
¿O no es así?

En el póker, existe el par, que es cuando el jugador liga al menos dos cartas de idéntica denominación: 2 doses, 2 dieces, dos ases. Y si un 8 mata a un siete, por lógica un par mata a una Pachuca, es decir, par mata Pachuca.
En el amor también existe el par. Ya en Pachuca, y a solas en su noche de bodas, la pareja se desvive en piropos, atenciones y exageraciones propias del reino vegetal, sacándose ases de la manga:
– Qué par de pencas tienes, Cayetano… y si así están las hojas, ¡ya me imagino cómo estará el tallo!
– A tus órdenes Cornelia, mi Reina, y tú, qué par de tepalcuanas,… y si así está la avenida, ya me imagino cómo estará el Palacio Municipal.
– Pos ándale, picarón, atáscate ora (sic) que hay lodo, modo, y de todo.
Y así, de par en par (qué par de tompiates, qué par de cachetotes, qué par de lolas, etc.), el par de melosos, fogosos y golosos se la pasa a todo dar, al menos esa noche.

En el póker existen los dos pares, que es cuando al jugador le tocaron 2 sietes y dos doses, por decir algo.
En el amor también. Por lo general, los recién casados se llevan dos pares de ropa interior y de calcetas, para que sus respectivos cónyuges crean que contrajeron nupcias con alguien más o menos pudiente.
Y luego, como a eso de las tres de la madrugada.
– ¿Dijistes (sic) algo, Cornelia?
– Sí, que ya le pares, ya llevamos dos y eso que nos acabamos de acostar, Cayetano, nos va a oyír (sic) la tía Prudencia.
– Es que ando rete jarioso.
– ¿Mááááás?... con razón pedistes (sic) doble ración de ostiones.
Los dos pares matan al par.

En el póker existe la tercia, que es cuando un jugador liga tres cartas de idéntica denominación: tres Damas, tres cuatros, tres Reyes, etc.
En el amor también, y ésta la completan o la suegra, o la mejor amiga de la esposa, o la comadre en última instancia la que casi siempre tercia cuando se presenta algún problema entre los pichones, y todo porque al infeliz le pusieron un cuatro y cayó redondito, como ficha.
La tercia mata a los dos pares.
En el póker existe la corrida, que es cuando el jugador logra ligar cinco cartas ascendentes y seguidas, sin importar el palo: 2, 3, 4, 5;… 7, 8, 9, 10, J;… 9, 10, J, Q, K.
En el amor, tarde que temprano, uno de los integrantes del dueto enfrentará la corrida que, por ser la primera de la temporada grande, será temporal.
– Te me largas, desdichado.
– Bah, ¿pos ora? ¿Se puede saber por qué?
– ¡Además de infiel, cínico!... me partistes (sic) el corazón, Clodomiro.
La corrida mata a la tercia.

En el póker existe la flor, que es cuando el jugador logra cinco cartas del mismo palo, aunque no sean seguidas: 2, 5, 9, J y A de tréboles, por ejemplo.
En el amor también. Al día siguiente de la fenomenal corrida, el corrido correrá a la florería más cercana para comprar (de fiado, claro) un finísimo ramos de rosas rojas o un súper arreglo para enviárselo de inmediato a su amada, con el fin de ganarse su perdón. ¿Lo hace por amor? ¿Por arrepentimiento sincero? ¿Por respeto a la dignidad de su media naranja? ¿Por salvar su matrimonio? No, más bien por no tener dónde dormir ni comer, pero sobre todo, por no tener dónde ver el fútbol los domingos y entre semana, cuando hay doble jornada, o campeonato europeo.
– ¡Archibaldo! ¡Qué lindas flores!, te han de haber costado una fortuna, mi Rey.
– Tú te lo mereces todo, mi Reina. ¿Ya me perdonastes (sic)?
– Ya, tontuelo, pero no lo vuelvas a hacer.
– ¡Cómo pasas a creer!
La flor surte el efecto deseado y el infiel regresa al nidito de amor, prometiéndose ser más cauto la siguiente vez que salga con alguna amiguita de ocasión.
La flor mata a la corrida.

En el póker existe el full, que es cuando el jugador liga una tercia y un par. Tres ases y dos Reyes, por ejemplo, llamado full mayor.
En el amor también se presenta esta jugada.
– ¿Sabes qué, Ponciano?, me tienes hasta el full… ¡me voy de la casa!, ¿dije casa?, ¡me voy del departamento de interés social!
– Como tú quieras, Brígida, a mí tu madre también me tiene hasta el full y aquí sigo, aguantando vara.

En el póker existe la jugada que le da nombre a todo el concepto lúdico: el póker, que es cuando a un jugador le salen 4 cartas iguales: cuatro Ases, cuatro cincos, cuatro nueves, etc.
En el amor también, en especial cuando la esposa, la novia, la querida y la amiguita ocasional del querubín le ponen un 4.
El póker mata al full.

En el póker viene la flor corrida, que es cuando al jugador le salen cinco cartas seguidas, y además, del mismo palo: 7 de picas, 8 de picas, 9 de picas, 10 de picas J de picas.
En el amor también. La segunda vez que Jacinta cacha a Cleodomiro en la movida, ésta lo corre, aunque el interfecto le llene la recámara de flores, así tenga que pedir prestado.
La flor corrida mata al póker.

En el póker viene la quintilla, que es cuando al jugador le salen cinco cartas de la misma denominación: 5 ochos, 5 dieces, 5 Reinas, etc.
En el amor también. Recordemos que el término quintilla deriva de quinto. Al llegar la quincena, el pobre marido no tiene ni quinto, es decir, se encuentra en la quinta chilla; ya son varias las quincenas que debe, gracias a las partidas anteriores, y así, de partida en partida, se le va partiendo la cartera, luego la relación y finalmente la vida, hasta llegar al quinto infierno.
La quintilla mata a la flor corrida.

Por último la jugada más alta: la flor imperial, que es cuando al jugador le salen estas cinco cartas, exclusivamente: 10, J, Q, K A, del mismo palo.
En el amor, casi no se da esta jugada; ésta se presenta cuando, tras 50 años de matrimonio, el amantísimo esposo, tras regalarle un súper e imperial arreglo floral a su mujercita, le pide renovar sus votos matrimoniales… ‘por otros 50 años de amor y eterna felicidad a tu lado’… he ahí la verdadera flor imperial del amor.
La flor imperial mata a la quintilla.

Los anexos

En el póker hay comodines, es decir, cartas que pueden ser lo que uno quiera que sean. Por ejemplo, si algún jugador propone que en esa mano el 9 sea el comodín, y a usted, ya en el cambio de cartas, le salen 3 cincos y un 9, usted puede convertir ese 9 en 5, logrando así 4 cincos, es decir, un póker de cincos. ¿Quedó claro?
Y si algo sobra en el amor, son comodines, en especial cuando ya son marido y mujer.
– Oyes (sic) Antelmo, te toca lavar los platos ¿no?, notihagas (sic) que no he dormido por organizarles, comprarles, desmenuzarles, prepararles y servirles la pozoliza a ti y a tus cuates.
– Hazme el paro y lávalos tú, cielito, ¿qué no ves que estamos viendo el Súper Bowl?, y de paso vete a la tiendita por unas caguas.
– Y ya que estamos en esas, pos diunavez (sic) tráigase unos cigarros Montana lái (sic) y unos cacahuates japoneses ¿no doña? – remata cínicamente uno de los cuates del señor de la casa (el del saco a cuadros, ése que está echadote en el family seat del minúsculo cuarto de la tele).

En el póker se paga por ver.
En el amor también. Trate usted, caballero, de entrar a un table dance a ver ‘de a grapa’. Imposible; hay que pagar por ver, y aún mucho más si a uno le dan ganas de tocar, de palpar, de ligar el par de melones de alguna de las Damas ahí presentes (me refiero a las del tubo, claro).

Tampoco podemos olvidar que el póker se juega sobre el llamado ‘tapete verde’.
El amor también, en especial en ciertos momentos, como cuando los recién casados regresan de la luna de miel y deciden visitar a los papás de ella. Él – para seguirle el juego a ella y a ellos – entra en confianza, y al sentirse como en su casa se pone un tapete de nevero michoacano; la mujer y sus padres se van poniendo verdes de la sorpresa, del estupor, del coraje, de la muina, del disgusto, mientras ven cómo el fachoso y desparpajado peor es nada de su hija, cuba en mano, baila arrítmica y despreocupadamente sobre la mesa del comedor, gesticulando, produciendo y emitiendo tremendos sonidos guturales como de hipopótamo en brama, desabrochándose el saco, la corbata y el cinturón, pisoteando los frijolitos, el guacamole y el chicharrón, cantando más desafinado que el finado Valentín Elizalde, amenazando con vomitar una sustancia verdosa, apestosa y pegajosa justo sobre el tapetito que papá suegro le regaló a mamá suegra cuando cumplieron 30 años de casados.  

Puedo afirmar categóricamente que en el póker hay mucho bluff, que es esa estrategia que utiliza un jugador cuando trata de impresionar a sus rivales, haciéndoles creer que tiene mucho más de lo que se le ve a simple vista; para reforzar su posición; dicho jugador apuesta fuerte.
– Pues mi punta de corrida… (el jugador tiene destapados un 2, un 3, un 4 y un 6, por lo que haría falta un 5, pero en la mesa ya hay tres a la vista)… le manda 10,000 a la tercia de ases – dice mientras contempla su única carta tapada, un espantoso 8 de corazones que no le sirve absolutamente de nada, excepto para poner a pensar al que tiene los tres ases, que finalmente ligó full de ases con sietes, por lo que reventará al autor del bluff en unos momentos más.
– Tus 10,000… y tu resto.
¡Tómala barbón!

En el amor también existe el bluff:
Que yo tengo un rancho; que a mí el dinero no me interesa. Que yo gano 150,000 pesos al mes, pero me pagan en euros. Sí, ahá. Que yo soy dueño de fábricas; que yo no me fijo el en físico, sino en el espíritu, en el carácter, en el yo interior de las personas, en su forma de pensar, dijéramos, en su madurez mental, en su status psíqueum. Sí, cómo no.

Resumen

Y así, en el póker y en el amor… se sienta uno; baraja uno; parte uno; reparte uno; pone juego uno; pasa uno (a veces sin ver); apuesta uno; revira uno; engorda la polla uno; le engordan la polla a uno; se lleva la polla uno; divide la polla uno; se adelanta uno; se resta uno; pierde uno; se repone uno; paga uno; se retira uno; espera la revancha uno.

Fin de la partida

Finalmente, y para cerrar esta manita, esta partidita, déjenme decirles que en el póker uno se la pasa comprando lotes, o grupo de fichas, por lo que hay que tener mucho dinero.
En el amor, también, sólo que por lo general son lotes baldíos, muy retirados entre sí, en dónde acomodar a la esposa, a la novia a la amante, a la amiguita ocasional, etc., (por lo que también hay que tener mucho, pero mucho dinero).

Conclusión personal
Desgraciadamente, en el póker y en el amor, cartera mata todo.

Paso sin ver

Dedicado a ese juego entre Reinas de corazones
y Reyes de diamantes llamado… vida.

Ignacio E. Jaime Priego
Enero de 2008

2 comentarios:

  1. ¡¡¡¡¡FELICIDADES AMIGO!!!!!
    ERES UN CREATIVO SIN IGUAL.
    ¡¡TE MANDO UN GRAB ABRAZO!! :-)

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  2. ¿Sabes si existe la pachuca en el juego de Conquian de la baraja española?

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