sábado, 19 de febrero de 2011

Como anillo al dedo

I

        De todas las definiciones de ‘infierno’ que he tenido la oportunidad de leer en algún diccionario, libro, periódico o revista, o de escuchar en alguna película, radionovela o reunión de amigos, la de... ‘Anillo Periférico Subterráneo, en obra eterna para el Metrobús infernal, con entradas y salidas a y de segundos pisos’... me parece la más afortunada, y desde luego, la más certera.
        Así ha de ser el infierno; una especie de Anillo Periférico del inframundo (con tramos terminados, a medias, y pelones), en un viernes lluvioso, de quincena, en horas pico, día en que, además, la Selección Nacional de Futbol se juega su pase al mundial o a la siguiente ronda, en el coloso de Santa Úrsula, vacío éste, en espera de los aficionados, que no han llegado porque están en tierra de nadie… varados en algún punto del Periférico.
Y ahí, justo en el centro de ese intrincado laberinto sin salida, avanzando a vuelta de rueda, en medio de esa maraña de tiempos y espacios, de máquinas y hombres, de mantitas, mentitas y mentaditas, entre vapores, calores, humos, humores,  sudores y demás hedores, cercado por conatos de bronca y conatos de infarto, entre bilis y vales, rodeado de apáticos y hepáticos, acosado por discordias y taquicardias... va uno, o mejor dicho, va el inocente de uno, sin imaginar siquiera que, de pronto, y por si fuera poco, de la nada, o de la chistera de un mago bromista, aparecen los nutridos y sonoros contingentes de varias marchas y manifestaciones paralelas de... electricistas empecinados; profesores michoacanos; petroleros zacatecanos; mineros sinaloenses; ahorradores defraudados, timados, robados y desfalcados; campesinos texcocanos; policías capitalinos; miembros del CGH; doctores no titulados; defensores de la ballena azul; empleados de confianza del ISSSTE; vendedores ambulantes; pensionados del IMSS; taxistas de Chalco, y trabajadores de limpia del DDF.
Y uno sigue sentadito en el asiento de su coche, o en el de su taxi, a la altura de Picacho, con prisa por llegar a Satélite (o al revés), a una entrevista de trabajo (‘sólo le suplicamos que sea puntual – nos habían advertido nuestros posibles empleadores – no nos vaya usted a salir con la trilladísima cantaleta de... yo venía bien, a tiempo, pero me atoré en un embotellamiento’’), o a una junta urgente, o a visitar a un pariente que entró al quirófano hace ya como dos horas.
Y así se le va la vida a uno, a razón de diez o quince centímetros por hora, que es lo que logran avanzar, cuando mucho, los vehículos que aún no han comenzado a mandarle señales de humo a su mecánico favorito (para que venga por ellos).
Y uno lee las mantas de los sombrerudos: ‘No dejes roja a la ballena azul’; ‘a diferencia de las autoridades, lo único que no enseñamos los maestros... es el cobre’; ‘sólo un loco puede imaginar un aeropuerto en Texcoco’; ‘exigimos el cese del comandante César Odilón Limón Navarrete, por corrupto y ojete’; ‘los trabajadores de limpia nos dimos una limpia, y ni así’.
Y uno escucha las demandas: ‘¡Se ve, se siente, Chalco está presente’; ‘Compañeros, juntos en la lucha, por una vivienda con ducha’; ‘No somos invasores de ejidos, sino gitanos establecidos’; ‘Quien crea que el CGH es un bache, tiene tache’; ‘¡Ya basta; queremos nuestra pasta!’; ‘Chente, eras la esperanza de esta gente; Felipe, ojalá y a ti no te dé la gripe’.
... Y uno se quiere morir porque no hay ni para dónde hacerse.



II


        Sólo quien ha sentido en carne propia (¿se podrá sentir en carne ajena?) la inenarrable experiencia de intentar acceder, entrar, meterse al, de circular por, o de pretender salir del Anillo Periférico de la ciudad de México, a cualquier altura (lo de circular es un romántico decir), puede comprender la profundidad de estas palabras.
        Atravesar el Anillo Periférico de norte a sur, o de sur a norte es, en verdad, una aventura espeluznante, un viaje fantástico, una travesía increíble, un odisea infernal, en especial si el aventado conductor, si la osada automovilista lo hace entre las 04:50 horas de un día, y las 04:40 horas (*)  de la madrugada del día siguiente inmediato.
* Esa maravillosa franja, esa paradisíaca rendija, ese nirvánico lapso, ese divino momento en el que uno puede circular por cualquiera de sus tres carriles... dura diez minutos tan sólo; pero son los seiscientos segundos más emocionantes que mortal alguno pueda disfrutar. Esa sensación es comparable tan sólo, digamos, a recibir un apasionado mini-masaje erótico de manos y cuerpo de Jennifer Aniston (ellos), o de Brad Pitt (ellas).
        Pero, vayamos a las raíces mismas del tema, a las entrañas mismas de esa pesadilla urbana, al ojo mismo del huracán citadino, es decir, a las mismísimas fauces del lobo feroz... digamos, un lunes tempranito.
        O como dijeran los Beatles... ‘Roll up, roll up for the Magical Mystery Tour, step right this way’.

III

        A eso de las 04:30 de la mañana, aquellas familias que viven en Texcoco y que tienen que trasladarse a Lomas Verdes, o las que viven adelantito de San Mateo y estudian o trabajan en la Glorieta de Vaqueritos, o las que viven en la Cabeza de Juárez y deben de llegar a Virreyes... lógicamente ya tienen encendidas casi todas las luces de su casa y conectados casi todos los aparatos eléctricos (si no, no les da tiempo) tanto en recámaras, como en baños y cocinas, dándole al traste a cuanto programa de ahorro de energía se le ocurra a las autoridades capitalinas, por muy  creativo e imaginativo que éste sea (amén de la consabida repercusión en el calentamiento global del planeta).
        04:48.

        A esas horas, poco antes de ponerse sus batas de meretrices francesas del siglo XVI, y de calzarse sus pantuflas de Pinky y Cerebro, para primero prender el bóiler y luego seguirse hasta la cocina a preparar el desayuno familiar, muchas atribuladas madres se dan a la tarea de tratar de despertar a sus maridos, para que éstos, a su vez, cinco minutos después, intenten levantar de sus camas a sus criaturitas, las cuales roncan como si realmente estudiaran; finalmente, diez o quince minutos después serán las criaturitas las que despierten y levanten a los papás y no a pocas mamás, que por quedarse a ver la Copa Álamo de Tenis Estudiantil hasta muy noche, pues prácticamente se acaban de acostar (lo que confirma que después de algunos años, se pone más interesante el peloteo en el Álamo... que en el tálamo). Y mientras unos escolapios se bañan con todo y piyama, otros se visten dormidos y la mamá, en una rápida y estratégica incursión a la zona de camas, los vuelve a desvestir porque aún no se han bañando (los hay quienes incluso, víctimas de la somnolencia, se bañan dos veces en menos de diez minutos). Y mientras unos se secan con la única toalla que ha habido en la familia, otros más se bañan en seco porque, o se acabó el agua, o ya está más fría que la lápida de un esquimal. Y mientras unos tratan de bajarse el gallo almohadero a cepillazo pelón,  otros ya han bajado a desayunar y ahora intentan tragarse eso que parecen huevos estrellados... (pero contra alguna pared, porque saben como a pollo embarrado). Y mientras unos meten en sus mochilas los libros que no necesitarán ese día, otros se echan un sabroso pistito en el suelo del baño, en lo que esperan su turno para utilizar el escusado porque los huevitos sabían peor de lo que se veían, y obvio, les cayeron bastante mal. Y mientras ellas se secan el cabello con la pistola que cada vez chisporrotea más, amenazando con fundir la instalación eléctrica no sólo del inmueble, sino de toda la unidad habitacional, ellos, aún con shampú en el pelo, hacen la tarea de álgebra. Y mientras papá se pone la corbata, mamá echa en reversa la camionetota que le regaló su marido hace siete años, y por poquito se lleva de corbata al vecinito del 506, el que ni cuenta se dio porque salió del edificio absolutamente dormido, y por ende, con los ojos cerrados.

        – ¡A ver si te fijas, chamaco menso!

        – Bnsdisñorrrra – responde el chamaquito idiota antes de chocar de frente contra un poste de luz metálico. Todos los de la unidad escuchan el ¡Clonkkkkkkkk!... salvo el chamaquito, quien sin despertarse, ahora va por su tercer baño, ya que va derechito hacia la fuente del jardín central.

Y mientras unos se lavan los dientes, otros se toman su licuado de zanahoria, dejándose tremendo mostacho a la Sam Bigotes, que les durará toda la mañana y parte de la tarde.

        A eso de las 06:40 A.M., todos los miembros de la familia, incluyendo uno que otro perro, están a bordo de los vehículos. Si uno viajara con alguna de esas familias – con la que sea – uno conocería atajos que no sabía que existían; los o las conductoras se meten por callecitas, dan vuelta a la derecha, pasan sobre las abandonadas vías de algún ferrocarril porfiriano, luego doblan a la izquierda, pasan frente a una iglesita (siempre pasan frente a una iglesita), cruzan un pueblito perdido... y llegan a la lateral del Periférico, a la altura de las Flores, en exactamente ocho minutos, cronómetro en mano; el llegar un minuto después les representaría quince minutos de retraso a la hora de entregar a la chamacada en las puertas del colegio. Hoy no; hoy van con muy buen tiempo. Chamacos y chamacas van peleándose, jalándose el cabello y limpiándose el Gel que les queda embarrado en las palmas de las manos... en el respaldo de los asientos delanteros, justo donde van mami y papi.
        – Mamá, mira a este Nicanor, el muy cerdo me está embarrando su Gel.
        – ¿Yo? – dice el cínico Nicanor  – Sí es verde y pegajoso, pero no es Gel.
        – Niños, por favor, van a hacer que su mamá choque – intercede el padre, al ver que su esposa se quiere pasar del carril de alta… al de baja, sin pasar por el del centro, sino así como va.
Efectivamente, las mamás van muy ocupadas tratando de rebasar a la típica señora que no se anima a echarle la lámina a los conductores del carril de baja velocidad, por temor a que algún cafre le dé un llegue a su Grand Cherokee, cargada con el doble de chamacos gritones, eso sí, impecablemente uniformados (sólo uno suele ser vástago de la conductora, generalmente llamado Arístides, de anteojos de fondo de botella, pecas, y dos dientes frontales que serían la envidia del conejo Blas; los demás seguramente son vecinitos del Multifamiliar, a quienes la señora les da un aventón... ‘porque me encanta llevar a los chamacos al colegio’, dice ella, cuando en realidad lo que trata es de ligarse al divorciado del 1622, cuyo hijo es el que va jetón, claro, en el asiento del copiloto). Por su parte, los papás, invariablemente, van pensando en lo feliz que serían en esos momentos (y en todos los demás momentos) si hubieran permanecido solteros.
07:10
En esos precisos instantes, en algún automóvil,  un chamaquito palidece, se le queda viendo muy serio a su hermana y dice, a punto de llorar...
– ¡Mami, hay que regresarnos a la casa porque se me olvidó el libro de Geografía y hoy tenemos examen mensual!
 El frenón que pega la pobre madre obliga a los conductores del  carril  central a abrirse peligrosamente hacia el carril de alta velocidad. Dentro de la camioneta, todos, excepto la conductora, se levantan del alfombrado e irregular piso, sobándose las zonas resentidas.
        – ¡Te lo dije Wenceslao ayer en la tarde; deja tu Wii en paz y mete de una buena vez tu libro de Geografía en la maldita mochila porque no quiero que mañana, rumbo a la escuela, me salgas con la tarugada de que se te olvidó!... ¡Te lo dije o no, Wenceslao!
– Sí, pero es que estaba requeteemocionante.
Y ahí va la pobre madre de regreso a casita, rebasando, patinando, frenando, clutcheando, arrancando, esquivando, claxoneando, espejeando (no mucho; sólo para ver en qué condiciones le quedaron los tubos, que más que tubos ahora parecen las marionetas de una coreografía capilar), porque con el frenón que dio se le aflojaron y ahora le tapan la visibilidad, como yoyos cósmicos. Ella trata de hacérselos a un lado soplando hacia arriba con todas sus fuerzas, por lo que constantemente le va pegando chicos arrimones a todos los vehículos que pasan cerca de ella. Su marido la mira y de inmediato lo invade un sentimiento indescriptible, por lo que opta por ver un espectáculo menos grotesco, digamos, como la interminable fila de vehículos que hay más allá  del parabrisas. La bronca seria vendrá unos 25 minutos después, cuando, ya de regreso al cada vez más saturado flujo vehicular, su hija Ninfa (la tercera) rompa a llorar diciendo que no encuentra ni su cuaderno de Ciencias Naturales, ni sus estampitas con los rostros y biografía de los héroes que nos dieron patria (que ahora reposan suavemente en el piso de madera de su recámara, cubierto por la colcha de Barbie que su tía Minerva le regaló en agosto último).
– ¡Seguros de vida, tiempos compartidos, cocinas integrales, paraguas, lupas escolares, peluches del Hombre Araña, de King Kong, refrescos, lotería! – repite incesantemente un vendedor al deambular por entre los coches, a la altura del Canal 13; avanza más él que la masa vehicular. Ahora se planta frente a un camión de gas y repite su cantaleta, a la que le agrega la estudiada frase... ’soportes para cilindros de gas’; los gaseros ni siquiera lo voltean a ver; ellos viene felices escuchando al Buki en la radio.
En el vehículo de atrás (un Smart nuevecito), un nerd con arete de plata en el lóbulo escucha al grupo Korn en sus walkman; viene trajeado, con corbata de seda; seguramente va a una junta de status de una agencia de publicidad. Las puntas de su pelo punk son tan duras que las vestiduras del techo de su vehículo más bien parecen alfiletero gigante de tía queretana aficionada a la alta costura.
En el coche de al lado, un vochito ’66, un matrimonio joven discute acaloradamente la necesidad, o de contratar el carísimo servicio de camiones de la escuela primaria ‘Rigoberta Menchú’, a la que asisten sus dos querubines, o de comprar un vehículo extra, porque ella entra a las ocho a trabajar y esa ruta la desvía mucho de la oficina, de la cual ‘no tardan en correrme por llegar a las nueve’. Al escuchar lo anterior, los querubines lloran a moco tendido.
– ¡No, mami, no quiero que te corran… no!
– Además, Vladimir Olaf – ataca la desesperada esposa y madre de familia –  te pedí que le echaras gasolina al coche antes de meterlo a la pensión,  pero como nunca me haces caso, a ver si no nos quedamos sin gasolina en Barranca del Muerto, como la otra vez... no te mides, de veras, pero veo con tristeza que te importa más ‘Mujeres asesinas 2’... que yo –. Vladimir Olaf muestra un extraordinario interés por el estudio de las bases acrílicas de soporte piramidal con incrustaciones de pirita que muestran los nuevos anuncios espectaculares. Va rogándole además al Santísimo que no falte mucho para llegar al puente peatonal en donde él se baja todos los días para tomar la combi que lo llevará a su trabajo, en donde no escuchará más la chillona voz de la quejumbrosa cacatúa con faldas que se consiguió por esposa, la que, con el acelerón que acaba de dar para pasarse a la fila del centro, por poco los desnuca a él y a sus hijos.
A las 07:33, la marabunta vehicular logra avanzar unos 10 metros sin frenar... ¡Todo un logro!
Un profesor de etimologías grecolatinas consulta su reloj, se rasca el cuello y niega con la cabeza.
En la Subame de al lado, una señora de gran pañoleta y lente oscuro, que más que vecina de Tecamachalco más bien parece espía rusa en misión secreta, mira para todos lados con recelo, como temiendo ser reconocida por alguna amistad... como si hubiera pasado la noche en el departamento de soltero de uno de los clientes que consiguió la semana pasada el socio de su marido, el que por cierto antenoche se fue a Acapulco a participar en el Simposio Empresarial de Materiales Corrugados, por lo que estará en el puerto al menos dos días más... con sus noches, lógicamente.
Atrás de ella, en su Pick Up Chevrolet 56 ó 57’, vienen el ‘Estopas’ y el ‘Bujes’, mecánicos automovilísticos, dueños del taller ‘Waterloo’ (sito en el cruce de las calles de Bélgica y Francia, en una de tantas colonias del oriente de la ciudad, quienes pretenden dirigirse hacía la salida a Chivatito a auxiliar a un pobre mortal al que se le acaba de parar el Mustang 84’ que le prestó su cuñado Ausencio, en lo que éste se iba de luna de miel con la hermana del desafortunado, llamada Christy Samaniego; lo que no sabe el par de expertos en motores es que ellos mismos van a tener que llamarle a los de la Ama, a la altura del Viaducto, cuando su cafetera rodante les avise que ya está el café, mientras que el del Mustang, al ver que no llegan sus salvadores, va a tener que empujar el vehículo, hasta casi perder el conocimiento por el esfuerzo, ya que cuando logre agarrar cierto vuelo, va a tener, a fuerzas, que imitar al resto de conductores... frenar completamente porque la lateral viene más cargada que el mismísimo Anillo Periférico, y así, entre empújale y frénale, estará al borde del desmayo.

A las 07:50, los que hace media hora estaban cerca de Perisur... ya están frente a Perisur... ¡Bendito sea Dios!
– ¡Y ahora qué pasa! – pregunta un desesperado maestro de guitarra, que ya va tarde para su primera clase particular, al tener que frenar una vez más; ya siente más que calientito el pedal del freno. Nada, que al sublime conductor de un taxi ecológico (pirata, por supuesto) se le ponchó una llanta y ahora el pobre hombre está tratando de cambiarla a toda velocidad, él solito, porque nadie hace el menor intento por ayudarlo, ni siquiera el grupo de pesistas que ahorita está pasando  junto al taxi, quienes podrían levantar en minitaxi utilizando tan sólo un brazo cada uno.  
        Adelante de los pesados pesistas va un hombre joven, que pasó la noche en vela, en casa ajena y con una mujer. Esto no tendría nada de malo si el tipo fuera soltero, o si se hubiera desvelado estudiando, o trabajando, o si la mujer con la que pasó la noche fuera su mujer, pero en este caso no fue ni lo primero, ni lo segundo, ni lo último; lo vemos súper despeinado, crudo, con la misma ropa que traía el día de ayer. En el retrovisor se busca algún chupetón delator, o alguna huella de lipstick en el cuello de la camisa (es que Janis, su secretaria, es chaparrita, ¡pero tiene unos chamorroooooooos...!) o en su propio cuello... ¡Uyyy!, eso sería terrible, porque Vicky Castillejos, su mujercita, es muy celosa; de hecho, la versión femenina de Otelo no se creyó del todo eso de...  ‘mi vida, qué crees, vamos a trabajar toda la noche en la bodega de Pericoapa porque mañana viene Mister Hutchinson, el supervisor para Latinoamérica del departamento de compras de la empresa, y quiere cotejar las ventas del mercado mexicano con las de los mercados de Colombia y Brasil, por lo menos hasta el segundo trimestre del año pasado’... Sus dudas afloraron cuando aquélla se ofreció acompañar a éste, pero éste le dijo a aquélla que eso no era posible porque una de las cláusulas de la filosofía interna de la empresa contemplaba justamente dicha situación, prohibiéndola a toda costa, por razones de seguridad. Lo verdaderamente difícil va a ser explicarle a su mujer qué hace un saco femenino azul marino todo perfumado... ‘que no es mío’... en el asiento trasero del coche (un Tsuru 2001), con una J (de Janis) zurcida en blanco, sobre el bolsillo lateral derecho.
        Adelante de él van los Pedroza Cienfuegos, orgullosos en su Neón negro del año, recién salido de la agencia, lugar al que no tardará en regresar porque la señora Sussy Emily Cienfuegos de Pedroza no suele darle descansos al clutch, cuyo pedal trae pisado horas enteras (incluyendo rectas prolongadas, semáforos en rojo, topes,  y embotellamientos viales). 
        Las 07:59.
Horror. La salida a Mixcoac está imposible. De hecho, hay tres filas de automóviles queriendo tomarla. En menos de una centésima de segundo, los conductores deben decidir si se forman respetuosamente, si se meten a la brava, o si... ‘mejor me sigo hasta Alencastre, cruzo los juegos mecánicos de Chapultepec, inmediatamente me doy vuelta en U, retomo el Periférico y salgo del otro lado...al cabo que aún hay tiempo’.
A las 08:10, a la altura de Altavista, una ambulancia está a punto de cegar y de enloquecer a los automovilistas que la rodean, ya que los paramédicos están estrenando sirena luminosa (regalo del gobierno de Idaho, USA) y la traen a todo volumen, pero de nada sirve porque nadie se mueve.
Y así llegarán las 08:30, y las 09:00, y las 10:00, y las 11:00, y será como ver la misma película que vimos ayer, y antier y hace un  mes, y un año, y una década, exhibiéndose en los cines Xochimilco, Constituyentes, Picacho, Toreo, Lomas, Luis Cabrera, Iztapalapa, San Jerónimo, Mixcoac, Palmas, Barranca, Boulevard de la luz; Chivatito; Las Flores, Conscripto, Tlalpan, Altavista, Coapa, y muchos más: coches humeantes; y ánimos alterados; y chamacos moqueantes; y gandallas que se meten por las salidas y que se salen por las entradas; y motociclistas al acecho; y más vendedores de todo, desde un refresco en lata... hasta un tanque Sherman en buen estado, en cómodas mensualidades; y palancas de velocidades metiendo primera; y claxonazos; y láminas resplandeciendo; y filas eternas; y mentadas; y altos absolutos; y bocinazos; y leves movimientos; y frenadas; y automóviles de todas las marcas, colores, tamaños, modelos, estilos y diseños; y motores rugiendo; y ciudadanos respetables insultándose de coche a coche; y drásticos rebases; y prolongados bostezos; y autos saltándose los camellones bajos hacia la lateral; y direccionales encendidas; y pasiones encendidas también. De todo, como en botica.
A eso de las 12:00, el Viaje Mágico y Misterioso ha concluido: los niños ya están en la escuela; los señores ya están en sus oficinas, y las señoras ya están en sus casas, tumbadas en sus camas, tratando de reponerse de la taquicardia con la que regresaron, pero sobre todo, intentado reunir fuerzas, porque dentro de una hora, más o menos, va de nuevo:
... Hay que ir a recoger a los chamacos al colegio.


Como anillo al dedo.

Dedicado a todos esos héroes anónimos
del día a día,
y a Arturo Vázquez, quien me sugirió la idea.

Ignacio E. Jaime Priego.
Mayo de 1988/2010



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