sábado, 19 de febrero de 2011

Arras y arres

I

Otra boda citadina.
Ella: La pureza de blanco… (?)
Él: la gallardía de negro.
Los suegros, fascinados.
Los hermanos, conmocionados.
Los novios, angustiados.
Los gorrones, encantados.
Los monaguillos, desvelados.
El párroco, anonadado.
Se escucha la marcha nupcial.
Habla el sacerdote.
Comienza la ceremonia.
Al hincarse, a la novia le crujen las rodillas.
El incienso se esparce.
… Ave María.
Las madrinas parecen vedettes del ‘Titanium’ antes del tubo.
Los padrinos asemejan magos con traje nuevo, Crisses Angel de barrio.
Las miradas de los presentes se concentran en los cónyuges, que se ven muy serios, como si creyeran en todo aquello.
Ahí está el par, frente al altar.
Al hablar, a ambos se les traba la lengua; los nervios del momento.
 Juro fieltre ser hasta que la separación nos muerte.
 Yo igual.
Todo un trabalenguas la epístola.
A una orden del párroco, los invitados se sientan; se hincan; se vuelven a sentar; se dan la mano; se desean la paz; se hincan de nuevo; se levantan otra vez. En fin, una especie de ‘Simón dice’ muy solemne.
Un interminable desfile de modas desea recibir las divinas bondades de la hostia, lo que nunca.
Minks, collares, estolas, martas, Milano, Dior, Nike, Jockey Club, Elektra.
El oficiante, inspirado, improvisa un sermón muy sentido.
Los novios no pierden detalle. Lo escuchan como si fuera el mismísimo Giuliani descubriéndonos sus secretos para abatir a la delincuencia neoyorquina.
 Ahora los anillos – exclama el padre, procurando ahogar un bostezo de aburrimiento.
Los contrayentes se ponen los anillos, con la delicadez propia de los cirujanos.
 ¿No te lastimé amor mío?
 De ninguna manera, pichón amado.
Listo.
Sus miradas son un cuadro surrealista: ‘Ojos de miel Log Cabin’.
 Los declaro marido y mujer – dice el sacerdote y el bostezo finalmente le gana la partida.
Las suegras lloran de emoción.
Los palomos se besan.
Amén.
Y afuera, en las escalinatas de la parroquia.
 ¡Arriba el novio!
 ¡Arriba la novia!
Abrazos, arroz, besos, lágrimas, risas, deseos, miradas, silencios, flashazos.
Al final de la alfombra los espera un Cadillac, último modelo.
Se suben. Agitan sus manos, embelesados.
 Nos vemos en la recepción – dicen.
Ya en el salón se escuchan los comentarios de siempre.
 Pero qué feo vestido traía la novia, parecía tamal oaxaqueño la pobre.
 Y el novio qué prietito, ¿verdad?…
– Es por el sol del Mediterráneo.
 ¿No está ella más alta?
 Es la moda que impusieron Brad y Angelina.
 Si se fijaron, el sermón fue el mismo de la semana pasada: ese padre Latoche en la boda de Úrsulo y Cornelia; no se mide.
 ¡Aguas que aquí llegan los novios!
Todos se levantan de sus asientos. Al verlos entrar les prodigan un aplauso como los que escuchábamos cuando algún presidente priísta daba alguna cifra macro económica importante durante su primer informe de gobierno.
Ahí están. Marido y mujer.
Y sus allegados.
Sirven las viandas.
Los comentarios no cesan.
 La sopa está fría.
 No, y espérate a la carne, está más cruda que la tía de la novia.
 ¡Cómo se les ocurre dar galletitas de animalitos!
 ¿Y qué me dicen de la bebida?… una botella de ron marca libre por mesa. ¡Vaya agarrados!
– ¿Gelatina de piña de postre?… ¡Qué bárbaros!
 Ay, sí, no se midieron.
Ajenos a todo ello, los recién casados bailan bajo el candil, en el bien iluminado centro de la pista.
Todos se abrazan, hasta los extraños.
Los meseros parecen entrenar para la caminata de 50 kilómetros de los próximos juegos olímpicos.
Todos brindan por la futura felicidad de la nueva pareja.
Los que antes criticaban, ahora levantan sus copas champañeras.
 ¡Por la felicidad de la pareja más hermosa que ha pisado este planeta!
 Gracias, don Chuy.
 No, si son el uno para el otro.
 Gracias, tía Justina.
 Pero qué hermoso vestido.
 Gracias, doña Irmita.
 Y el novio, tan guapo él.
 Gracias, licenciado Cruz.
 La cena estuvo exquisita… a su altura.
 Gracias mi comandante Zertuche. Qué bueno que vinieron.
Y se forma un improvisado coro:
 ¡Beso! ¡Beso! ¡Beso!
Atrapados, a los jóvenes esposos no les queda más remedio que complacer a la concurrencia.
Y mientras la orquesta toca ‘No hay nada más difícil que vivir sin ti’, los pichones se dan un beso, uno de los últimos inspirados por la pasión.
Y continúan con el típico recorrido de mesa en mesa.
A estas alturas, el novio ya no trae corbata, trae la camisa desfajada, el zíper corrido, el cabello revuelto y la mirada perdida, eso sí, copa en mano.
Por su parte, el cabello de la novia parece algodón soplado.
Todo el mundo se encuentra en la pista.
Luces, música, rayos gama, reflectores.
Giran, bailan, se mueven, se toman de la cintura, hacen círculos humanos, regresan a sus mesas, beben un sorbo y se reintegran a la caravana. De pronto, la noche se ha convertido en un carnaval.
Aquél, que gana tan poco, ahora baila junto aquél otro, presidente de varias empresas. Aquélla, fea como foca con piocha, ahora se sonríe con Cuquis, la sobrina rica de la familia invitada de honor por la familia que tuvo el honor de invitarlos a tan trascendental evento.
Tal y como lo canta Serrat en su ‘Fiesta’.
… ’Y hoy el pobre y el villano, el pro-hombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha…’.
El contagio es total.
Ahora hasta los abuelitos le dan vuelo a la hilacha.
Les hacen un círculo y les aplauden.
Un súbito arranque de tos le impide al abuelo seguir moviendo el bote.
Lo acompañan a su mesa.
Su mujer se quedó bailando, no de muy buena gana, con algún punk que logró colarse al convivio.
La noche es joven.
Ya entrado en copas, uno de los presentes dice que él paga otra hora de música. Fajo de billetes en mano, se encara, radiante, con el no tan radiante director musical del grupo.
Se dicen cosas al oído.
Los billetes cambian de bolsillo.
Asunto arreglado.
En la pista, los caballeros mantean al pobre novio, que no ha devuelto el estómago porque Dios es grande.
Más allá, la novia se dispone a lanzar el ramo.
– Una, dos… ¡y tres!
El ramo sale despedido. Lo cachó la foca bigotona, la cual saltó cuatro veces su propia estatura, rozando el candil del centro; agarró tanto vuelo que se fue de boca, haciendo patinar sus 88 kilos sobre el bien pulido piso de madera para terminar chocando contra la tarima de los músicos, eso sí, sin soltar el ramo.
Con residuos de fideo en salsa de tomate en la boca, los músicos abandonan la cocina y se calzan sus instrumentos. Atacarán, en estricto orden, tras ayudar a la bigotona a incorporarse…
‘La negra Tomasa’
‘Aserejé’
‘Debo hacerlo’
‘La raspa’
‘La boa’
‘Tristeza’
‘Mi amigo Charlie Brown’
‘Brasil’
La Rapsodia de Helodia’ (composición original de Sinforoso, percusionista del grupo ‘Los Huarachudos de Aztlán’).
‘Macarena’
‘No rompas más’
Y ‘Payaso de rodeo’.
A bailar se ha dicho.
Uno, dos, tres, vuelta; mambo, salsa, charleston, boogie, twist, yerk, hanky panky, rock, swing, rap, calipso, lambada, bump, reagge.
Una hora.
Dos horas.
¿Será posible tanta felicidad?
Los novios lloran.
Los invitados sudan.
Los meseros sirven el pastel.
Poco a poco, la calma vuelve a reinar.
Algunas parejitas ya se han ido.
Otras más están por hacerlo.
En los baños, algunas mujeres tratan de reanimar a la foca bigotona; se le pasaron las copas por la alegría que le significó el haberse hecho del ramo de la novia (su compañera de trabajo).
No queda ni una botella.
Nadie probó el pastel.
Una chica se cortó un juanete con los residuos de una copa champañera que se le resbaló de las manos a un señor que se quedó dormido antes de que le sirvieran su cafecito.
 Írala, te hubieras puesto zapatos, manita – le recriminan unas y la consuelan otros, mientras que una de las madrinas se lanza a la calle a conseguir un curita, una bandita Johnson, porque en el local no hay.
Salen.
Al abuelo, ya jetón, lo sacan haciéndole carrito.
La abuela sale del brazo del punk.
Las luces se apagan.
Todo salió a las mil maravillas.
Las familias contrayentes quedaron bien ante la sociedad. Sin un clavo, pero bien librados.
Afuera hace frío.
Ante los ojos de Dios y de los hombres, se ha celebrado un matrimonio más.
Y entonces hay que tener mucho cuidado, porque generalmente, cuando el hombre entrega las arras, la mujer se entrega, le da rienda suelta a los arres: arrea al marido de la casa a la oficina y de la oficina a la casa; de la casa a la iglesia y de la iglesia a la casa, lo arrea además con el gasto quincena a quincena, como si el pobre infeliz fuera burrito lechero, desde que amanece hasta que anochece, año con año, hasta que, agotado, el pobre ser le entrega su alma al Salvador.

II

El matrimonio.
Para unos, algo obsoleto.
Para otros, no es más que un panfleto, y para los de más allá, es sólo sacar boleto.
¿Habrá quien siga considerando al matrimonio como la única balsa inflable capaz de mantener a flote a las sociedades modernas, que parecen ir a la deriva en un mar embravecido y de rabioso oleaje?
Sí.
Tan extraños seres insisten en afirmar que el matrimonio a la antigüita, es decir, el enlace hombre-mujer continúa siendo la unión perfecta, la combinación ideal, la célula precisa que le asegurará al hombre, a la mujer y a la chilpayatiza  en común, la trascendencia en el tiempo y en el espacio.
¿Será?
¿Existirá el matrimonio perfecto?
Lo dudo, pero podría existir en un futuro no muy lejano.
Bastaría con que los directamente involucrados se sentaran a platicar, a acordar y finalmente a redactar, legalizar e instituir un nuevo documento matrimonial, ya que el actual ha demostrado su altísimo grado de falibilidad.
Háganse ustedes la siguiente pregunta:
¿Cuántos de sus parientes, amigos y amigas, conocidos y amigos de sus conocidos que les antecedieron en eso del matrimonio… siguen casados?
Bien.
De entrada, el nuevo contrato matrimonial no debe ser vitalicio, por antihigiénico, por antiestético y por anticuado.
Yo me pregunto: ¿Qué se sentirá compartir 10, 20, 30, 40, 50 años de casado con la misma pareja? (dicen que las hay que llegan a cumplir 70 años de vida marital).
¿Se imaginan abrir los ojos todas las mañanas de todos esos años para ver, para admirar, para contemplar en toda su plenitud el rostro de nuestra amada, o amado? (dependiendo, primero, de la combinación seleccionada: hombre-mujer; hombre-hombre; mujer-mujer; hombre-algo, etc., y segundo, del que tenga la mala fortuna de despertarse primero, o de ser despertado primero, como consecuencia de los sonoros ronquidos o vaya usted a saber de qué otros ruidos del cuerpo, por parte de su consorte).
¡Hombre, no hay que ser!
¿Qué pasó con la piedad humana?
¿Dónde quedó el buen gusto?
¿Qué fue de las buenas costumbres?

Otro punto fundamental son las vacaciones.
Una vez al año, cada miembro de la pareja debería de disfrutar todo un mes de vacaciones por separado; ella por su lado y él por el suyo.
Varias parejas van a exclamar:
 ‘Yo no me voy a ningún lado sin mi gordito’.
 ‘¿Y dejar a mi Puchu? Prefiero no ir’.
Pero creo que la mayoría aceptaría esta propuesta, y tengo entendido que en este país, las mayorías mandan.
Vacaciones separadas.
Suena fantástico.
Sería una excelente oportunidad para que los protagonistas meditaran, valoraran, sopesaran su situación, su estado civil, sin presión alguna.
Además, unos días de soltería no le caen mal a nadie. Son unas cuantas horitas, nada más.
¿Por qué esa manía de ir juntos a todos lados, hasta al baño?
Jamás la he entendido.
Ha de ser francamente hermoso el poder gozar del mar y de la playa a solas, sin que ‘amorcito’ no salga con alguna de sus características ocurrencias:
 ‘Vidita, ¿me pides un coco con un poco de ginebra, limón, sin sal, con una aceituna negra, unas gotitas de salsa Maggie, otras de salsa Búffalo, hielo frappé, una rodaja de naranja, agua mineral, Diet Coke, y unos granitos de Chamoy en polvo, o en su defecto de Lucas pelucas?’
O…
 ‘Mi cielo, se me antojaron unos camarones al mojo de ajo, pero sin ajo, con mayonesa Light, catsup, mostaza, bañaditos en cerveza, sin cilantro, con perejil, sin cebolla, con apio, pero sin pimienta, ¡Ah!, y sin camarones porque me sacan unas ronchas espantosas’.
Así son todos los ‘amorcitos del mundo’, y ay de ti si no le das al mesero esas precisas especificaciones gastronómicas. ¡Aahhhh!, ha de ser sensacional el poder gozar de un buen espectáculo erótico-musical a solas, sin que ‘amorcito’ nos resople sus celos en el cuello cada vez que Lucy Alemán abandona el tubo y pasa cerca de nuestra mesa, luciendo su bien formado cuerpo casi al desnudo, mientras intercambiamos con ella pícaros guiños de ojos, sin tener que sentir los inconfundibles pellizcos de ‘amorcito’ en los brazos, ni sus certeras patadas espinilleras por debajo de la mesa cada vez que la vicetiple literalmente nos embarra las tambochas en las chatas.
Imagínense.
Ha de ser lindo eso de poder invitar a la artista del contoneo erótico, a la geisha popular, a bailar a la disco de moda sin tener que soportar los chicos escándalos que ‘amorcito’ seguramente ya nos habría armado.
Ha de ser majestuoso eso de poder pedir otra botella, por cara que sea, sin tener que escuchar el ‘¡Eres un borracho!’ de labios de ‘amorcito’.
Ha de ser jubiloso el llegar al cuarto del hotel a las 3, 4, 5 de la madrugada sin tener que escuchar la voz de ‘amorcito’ diciéndonos…
 ¡Tomaste mucho, ¿verdad?
 ¡Dónde andabas!
 ¡Con quién andabas!
 ¡Por qué llegas a estas horas!
 ¡Contéstame!
 ¡Hueles a pecado!… ¡A pecado y a pescado!... mira nomás, hasta lápiz labial traes en el cuello.
... Ps´es que me fui a echar  unos ostiones con los cuates, y no es lápiz labial, es salsita… ¡hip!...  búfaloooooooooooo.
 ¡Lo que pasa es que ya no me quieres!
Ha de ser un milagro eso de dormir a nuestras anchas, sin que las filosas y puntiagudas uñas de los dedos de los pies de ‘amorcito’ nos dejen ambas piernas como si fueran mapas orográficos de Vietnam.
Ha de ser divino el despertar por la mañana, abrir los ojos sin el temor de ver el rostro de Cruela de Ville, o el de King Kong, o el de Maléfica, o el de  Bambi, o el de Miss Piggy, espiándonos debajo de una capa de crema verdosa.
Sí. Ha de ser padrísimo.
Vacaciones separadas.
El invento del milenio.


III

No podemos dejar a un lado un punto clave:
Cuartos separados: ¿sí o no?
Las mujeres exclamarán un rotundo, sonoro, categórico e inmediato ¡No!
Pero seamos honestos.
Todos los seres humanos, y muy especialmente los hombres, necesitamos un espacio vital, un área propia y personal diseñada a nuestro gusto, con nuestros pósters predilectos, en donde podamos meditar, pintar, desfogarnos, esculpir, llorar, descansar, sanar, tomar una copa en soledad, escuchar música, ver nuestros DVD’s favoritos, leer poesía, o escribirla, en fin, un lugar digno para enfrentarnos con nosotros mismos, para reconciliarnos con nuestro otro yo, y para tomar decisiones laborales, o simplemente para poner la mente en blanco y recargar pilas, o para recordar nuestra infancia al ver el anuario de la primaria, o de la secundaria, alguna tarde lluviosa, todo ello sin que ‘amorcito’ nos diga…
 ¿Estás triste?, ha de ser porque ya no me quieres.
 ¿Lloras?, has de estar extrañando a la otra.
 ¿De cuándo acá te ha dado por oír a Ray Conniff?… segurito es la música que oye tu secretaria, la tal Luli.
 ¿Tú escribiendo poesía?, ya lo decía yo; hay alguien más.
 ¿Ya no te gusto?
 ¿Ya no te atraigo?
 ¿Ya no te enciendo?
No es eso.
Es más.
Las recámaras separadas sólo serían ocupadas a la hora de dormir.
Ella, o él bien pueden invitar a su consorte a compartir intimidades todo un día (o varios días), una tarde (o varias tardes), pero, al llegar la noche, cada pichón se irá a su nidito a pernoctar a gusto.
No tiene nada de malo y sí mucho de bueno.
¿Tiene alguno de ustedes idea de cuántos intestinos se han reventado porque ella o él –  ya en la cama –  se han aguantado las ganas y no han permitido ciertas fugas de gas, digamos estratégicas, tras haberse servido tres platos grandes de salpicón tlaxcalteca acompañados de unos frijolitos bayos y media latita de chiles jalapeños de la Costeña (que están saliendo bastante peleoneros), y todo porque a ‘amorcito’ o a ‘osito’ les chocan esas marranadas que sólo hacen los ‘pelados’?  
Eso fue por mencionar un ejemplo.
El amor se va desgastando cuando uno ve a su mujer en bata, tubos, calcetas del Atlante con resortes de dudosa reputación y mascarillas de pepino, o cuando la mujer nos ve en piyamas de esas de botoncito, pero que desde hace años ya no tiene el fregado botoncito, eso que ni qué.
Además, hay días en los que uno quiere andar en pelotas, sin que a uno le digan ‘eres un degenerado’; o rascarse a placer ciertas regiones sin que a uno le digan ‘eres un orangután de quinta’; o eructar siete veces seguidas sin que a uno le digan ‘eres un puerco’, entre otras actividades propias de la camita; quedarse tumbado todo un domingo, sin que uno le digan ‘pareces un ballenato varado en la playa’.
Regresando de la luna de miel, las recámaras separadas borran los sinsabores del pasado y dibujan, bocetan, trazan los placeres de un futuro más romántico.



IV

Veamos ahora otros aspectos.
Las nuevas ceremonias matrimoniales deben ser rituales cortos, íntimos y ágiles:
Ella.
Él.
Un cura - juez (para que las bodas religiosa y civil sean paralelas, no para lelas, sino paralelas, es decir, que corran al parejo, para evitar innecesarias pérdidas de tiempo).
Los mejores amigos de la pareja y ya.
Unas pizzas en casa de alguien.
La música favorita de los contrayentes.
Listo.
Veamos y analicemos las ventajas:
Es mucho más económico, mucho más sencillo y mucho, pero mucho menos ridículo.
Los contratos matrimoniales de principios del siglo XXI deben ser renovables cada año, como los seguros de vida, o los seguros de gastos médicos mayores, o como las pólizas contra daños a terceros.
Es más, el primer año de matrimonio debería ser a prueba, a vistas, como esos álbumes musicales en CD que anuncian en la televisión y que uno se lleva a casa sin ningún compromiso de adquisición definitiva.
Si no te gusta, lo devuelves y asunto arreglado; si te gusta, lo pagas y es tuyo.
Así de sencillo.
Hay quienes los regresan aduciendo que el rayo láser se salta y se atora; que la funda está rota; que no embonan bien en el centro del aparato… o algún otro defecto no advertido a simple vista.
Y hay quienes, hay que reconocerlo, deciden quedárselos.

 ‘Me enloquece la introducción’ (ellos).
 ‘Me fascina el órgano de Pietro La Fontain’ (ellas).

Sí. Una temporadita a prueba, para conocer los pros, los contras, las ventajas, las sensaciones despertadas.
Y finalmente, las dos opciones:
… ‘¡Me lo quedo!’
O
… ‘No me gustó’.
Así nadie sale perdiendo.
Si ambos deciden dar el zarpazo, pues que venga otro año.
Mas, si algún miembro de la pareja opta por ya no seguirle, pues simplemente se abstiene de firmar el primer contrato, o el segundo, o el tercero, y santo remedio, tal y como lo hacen los equipos deportivos con sus jugadores.
Créanme, cada vez que voy a una boda, y mientras hago fila para la recibir la hostia, me surge la siguiente duda:
¿Por qué se casan las personas bajo el régimen de bienes separados?
¿Qué no se supone que van a integrar una sola unidad física, mental,  espiritual… y material?
¿Qué no se juran amores, fidelidades, respetos, cariños y presencias hasta que la muerte se lleve alevosamente a uno de los contrincantes, perdón, de los contrayentes?
¿Qué no se supone que el matrimonio es eterno y que por consiguiente la palabra ‘divorcio’ sólo existe en el diccionario?
En cambio, en el nuevo matrimonio, si alguno de los interesados se abstiene de firmar el siguiente contrato anual, pues se hace un simple avalúo y ambos se van a mitas: la palabra misma lo sugiere: pareja, y lo que es parejo, no es chipotudo.
Basta con que se repartan los regalos de boda en forma equitativa.
– ‘Tres licuadoras para ti, tres para mí; dos hornos de microondas para ti, dos para mí; 44 exprimidores de frutas para ti, 44 para mí; 12 juegos de cuchillos para mí, 12 para ti; 7 jarrones que no sirven para nada para ti, 7 para mí’, etc. (todo ello bajo la escrupulosa mirada de un interventor de la secretaría de Gobernación).
El condominio, el coche, la sala, los muebles y demás bártulos pueden ser comprados por uno de los dos integrantes de la ex-pareja idónea.
En caso de que a ninguno le interese la compra, se procede a organizar una venta de garaje, o una rifa; las ganancias de la misma se traducirán en la rigurosa ‘micha’.
Todos contentos y felices.
En caso de que la pareja ya haya pasado con éxito la prueba a vistas y haya aceptado pasar al siguiente nivel, es decir, que quiera formalizar su relación y casarse bajo las reglas del nuevo contrato matrimonial, entonces procede lo siguiente:
Durante los primeros seis meses de vida matrimonial, él se irá a la oficina todos los días mientras que ‘amorcito’ se quedará en casita a ver la tele, a hablar por teléfono, a tomar el cafecito (y si hay tiempo, pues a cocinar, barrer, hacer la cama, alzar la casa y esas cosas).
Los restantes seis meses del año los papeles se invertirán.
Así, cada uno experimentará en cuerpo y alma lo que es estar del otro lado mostrador, es decir, cada uno sabrá la diferencia que hay entre el catcher y el pitcher.

 Hoy no, tengo jaqueca (él).
 Tuve un día muy pesado en la oficina (ella).
 ¡Sólo piensas en eso! (él).
 Vengo muerta (ella).
 ¡Cómo que no tengo camisas limpias! (ella).
 Es que anoche tuve canasta uruguaya con el Memo (él).

… ¿No sería maravilloso?

‘Amorcito’ le llevaría serenata a él.
Él esperaría a ‘amorcito’ en negligé’
‘Amorcito’ se iría al congreso en Ixtapa.
Él esperaría a ‘amorcito’ en la soledad de la recámara, tejiendo chambritas, sin salir de casa.
Al final del año, y luego de haber disfrutado unas merecidas vacaciones separadas, ambos se reencuentran y enfrentan una pregunta en común:
¿Firmamos contrato por otro año?
Fácil.
Bastaría un sí.
O un no.
¿Han calculado ustedes cuánto dinero se ahorrarían en abogados, audiencias, psicólogos, sociólogos, detectives privados, jueces, influencias, papeleos, trámites legales, formularios, citas, juntas, médicos, contadores, licenciados, valuadores, vendedores, compradores, avales, defensores, testigos, demandas y demás tonterías?
¡Una fortuna!
¿Por qué hacer del matrimonio un infierno cuando podemos y debemos convertirlo en un Edén?
¿Por qué complicarnos la existencia?
¿Por qué esa necedad de permanecer unidos cuando en realidad estamos más desunidos que ciertos políticos y el CEN de su propio partido?
¿El qué dirán?… ¡Que digan misa!
Sólo se vive una vez.
Una.
No hay más.
La reencarnación no está comprobada.
Nadie vive 100 años.
Una última cosa, un postrer detalle:
Antes, el matrimonio era un sacramento; hoy, es un sacamento… si la unión falla, al pobre fulano le sacan todo, hasta el oro de las muelas.

Las estadísticas no fallan.

*A continuación mostramos a ustedes las cifras estadísticas de la última encuesta mundial realizada por la empresa  italiana ‘Amore Piccolo Cuore’ (‘Amorcito corazón’), a  finales de 2009:
– El amor es una ilusión óptica (96.7%)
 El amor se acaba con la luna de miel (98%)
 Me salió rarita (o) (92%)
 De haber sabido que roncaba así… (99.8%)
 Le rugen los pies (95%)
 Pienso en otra (o) al hacer el amor (104%)
 Me aburre (97%)
 Sí le pongo los cuernos (100%)

¿Entienden ahora la diferencia entre casarse el uno con el otro
… y cazarse el uno al otro?

Arras y arres

Para los que dan el zarpazo
… y el changazo.

Ignacio E. Jaime Priego.

Marzo de 1992/agosto del 2009

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