miércoles, 21 de diciembre de 2011

¡Que el diablo me lleve!


Un buen día (que por cierto no tuvo nada bueno para Lenny Broggs, el Diablo mayor), el averno amaneció… tibio.
– ¡El infierno se está enfriando cada vez más! – decían las alarmadas y sulfurosas voces en los pasillos.
Nadie se lo explicaba a ciencia cierta.
Surgieron los runrunes, los chismes, los rumores:
Que los de la competencia están poniendo ‘sus diablitos’ en la instalación eléctrica; que la infraestructura ya está vieja y que por eso se cuelan los chiflones; que hay una fuga de azufre en las tuberías; que las reservas de carbón y de madera se están agotando; que las calderas ya pasan aceite; que esto, que aquello, que lo otro.
Las otrora gigantescas, hirvientes, espeluznantes, sofocantes y siseantes llamaradas rojas y naranjas que salían del área de las calderas… como que de un tiempo para acá estaban perdiendo fuerza, para convertirse en simples e inofensivas flamitas amarillitas, como las que tienen las mal puestas velitas de los pasteles de los niños cumpleañeros (con razón los niños exclaman… – ‘mami, este pastel sabe como a cera’). Los diablos ya no podían asar ni sus bombones, como antes. Ahora, y por mencionar un caso, esas llamitas se apagaban a la menor provocación. Había letreros que decían ‘Prohibido estornudar’.  
En el interior de sus peroles, los condenados al fuego eterno externaban su malestar en esas frías noches infernales e invernales:
– ¡Hey, esos diablos, échenle más leña a mi perol, no sean marros!
– ¡Me cái que hacía más calor en el sótano de la casa de mi abuela, en pleno diciembre, y eso que tenía humedad y goteras!
– ¡Carajo!… ¿Así van a estar?
– ¡Eso les pasa por no pagar el gas, móndrigos!
– ¡Nos va a dar pulmonía, con un demonio!
– Piensen en Michael Jackson, que no tarda en llegar.
– ¿Qué no murió en junio?... ¿No lo han sepultado?
– En esas andan, ya sabes cómo se las gastan los gringos en eso de rendirle homenaje a sus personalidades.

Día a día, la temperatura descendía drásticamente.
Todos los moradores de aquellos lugares parecían turistas mexicanos vacacionando en Aspen, luciendo sus mejores chamarras forradas, abrigos, suéteres, bufandas, gorritos de lana, orejeras, guantes y botas de piel de conejo.
El Diablo mayor se preocupó de verdad por la situación cuando escuchó un rarísimo castañeo de dientes, seguido de doce sonoros estornudos en filita india que se echó su jefe de escoltas, Vladimir Yeznik, a quien los lugareños apodaban ‘Mr. Iceberg’ por su probada resistencia a las escasas ondas gélidas que por aquellos lares se presentaban. Mister Iceberg era un tipo que a pesar de vivir en el infierno, congelaba con su mirada al mortal que se atrevía a ver sus ojos.
– ¡Que el diablo me lleve! – le dijo el Diablo mayor a su jefe de escoltas, en su gustada y perfecta imitación de Popeye el marino, incluso fumó una pipa imaginaria y cerró un ojo, luego agregó: – Y sólo me falta que hoy en la noche Lucila no le dé un cachetadón guajolotero al patán de Juan Enrique… ¡Ashhh, cómo lo odio; me recuerdan a Oliva y a Bruto… ! (luego de decir esto, el Diablo mayor destapó una lata imaginaria de espinacas y comenzó a masticar la mentada planta quenopodiácea; sus brazos adquirieron de inmediato la fuerza de un Hércules).

Al escuchar y al ver aquello, Vladimir Yeznik se hizo el desentendido y recordó que de unos meses para acá, algo le pasaba a su jefe, el Diablo mayor, algo raro: le estaba dando por imitar la voz y los gestos de ciertos personajes de la televisión, adquiriendo además los rasgos característicos del imitado. Paralelamente, y como si entrara de pronto en trance hipnótico, al Diablo mayor le daba por pensar en voz alta, a veces estando solo, a veces en compañía, en ocasiones despierto, y en otras, dormido. Los diablos que lo escuchaban no le decían nada por temor, más que por respeto. Con mucha frecuencia, el Diablo mayor comentaba el capítulo más reciente de la telenovela de las siete, ‘Pégame o págame, pero ya’, sicoanalizando a su modo a los personajes centrales de la misma: Juan Enrique Lima Montes, el abogado de la familia; Lucila Galván, la heroína, y Camila Baena, prima de ésta última, poseedora de unas piernotas, unas curvotas y unas pechugotas que fascinaban al Diablo mayor.

Una vez tragada la espinaca, el Diablo mayor llamó a su secretario particular, Boris Brietnev, y le pidió, en esta ocasión imitando la voz de Félix el Gato (incluso, la cara se le llenó de pelos negros, que se achicharraron de inmediato) que organizara una junta de gabinete con carácter de urgente; el enfriamiento del infierno se había convertido en una papa caliente, o mejor dicho, en un tubérculo caliente (la palabra ‘papa’ estaba en la lista PPPA : ‘palabras prohibidas por aquí’, por razones que no necesitan explicación).
La mentada junta se realizó ese mismo sábado de diciembre del año del fuego (2721), a las cinco de la tarde, en el recién estrenado y lujosísimo salón Montiel, decorado con mármoles y cuadros franceses, a un ladito de la aún no inaugurada Sala de Juntas Mario, ‘el precioso’ Marín, con teléfonos a prueba de espionaje.
Todos los calentadores de gas estaban funcionando a su máxima capacidad, y aun así, había diablos que tiritaban de frío; otros más hacían donitas de vaho, las que se despedazaban como nubes al viento al chocar contra los cuernos del chamuco de enfrente.
Dio comienzo la sesión.
– ¿¡Se puede saber qué diablos está sucediendo en este mi reino, que sí tiene la mayor importancia!? – preguntó el Diablo mayor con firmeza, imitando a Arturo de Córdova, mientras se alisaba el cabello y le subía el zíper a su chamarra de piel de carnero, teñida de rojo.
– … Parece ser que se está enfriando el infierno, ¡Oh, gran Señor de las Tinieblas! – dijo como declamando un pobre y tímido diablo, el que, tras hacer una vistosa caravana, tomó el control de uno de los calentadores y oprimió el botón IIC (Incremento de Intensidad Calorífica).
– ¡Eso ya lo sé!, ¡Eso ya lo sé! – respondió enojado el Diablo mayor, ahora imitando a Pompín Iglesias – lo que quiero saber es el porqué, lo que quiero saber es el porqué… y no me vuelva usted a llamar ‘el Señor de las Tinieblas’, de las ‘Tinieblas’; ése es Drácula; a mí llámenme el Ángel Negro, Ángel Negro… ¿Quedó claro?, ¿Quedó claro?… ¡Qué bonita familia! – miró a todos, retador.
– Clarísimo – dijo uno casi gritando, para luego murmurarle al de junto – ¿El Ángel Negro?... así se llama un luchador de la triple A.
– Más claro ni el fuego – afirmó otro chamuco.
– ¡Basta! No han contestado a mi pregunta – insistió el Diablo mayor. Luego, sin decir agua va, dijo, clavando la vista en una de las paredes de la caverna: –… Oh, rayos, aunque todo podría ser una bien urdida treta de Juan Enrique, para quedarse con la fortuna de Lucila, pero yo que él, mejor me quedaba con Camila, que aquí entre nos, insisto, tiene un par de piernas y de bultos pectorales que ¡Ay, nanita…!
Los presentes se hicieron los desentendidos, limitándose a intercambiar miradas furtivas y a evitar una carcajada delatora. Sabían que su jefe andaba mal, pero no tan mal; y todo por ver su televisión de plasma, a todas horas.
Para desviar la atención, tomó la palabra el chamuco encargado de las relaciones públicas del infierno con el resto del universo, un diablo regordete llamado Sergei Brontz:
– Mi señor. Como usted seguramente ya sabe, estamos situados justo en el cuadrante cero del paso cenital noroeste de la corriente de los vientos gélidos que se desplazan hacia el planeta Tierra.
– ¡No estaba enterado! – dijo el Diablo mayor en su aplaudida caracterización de Cuauhtémoc Cárdenas; sus orejas se agrandaron y la piel de su rostro se cayó y arrugó un poco.
Luego de reír por el chascarrillo del jefe, Sergei Brontz continuó.
– En un principio, señor, supusimos que se trataba de algún fenómeno natural, tipo ‘el niño’, o ‘la niña’, pero los reportes meteorológicos de nuestras coordenadas multi-zonales descartaron esa posibilidad; luego pensamos en una causa más aterrizada; ya ve que estos humanos son capaces de contaminar el universo en un santiamén (al escuchar el término, el Diablo mayor le peló tremendos ojotes al de la voz, quien corrigió de inmediato) ¡Perdón!, quise decir… en un abrir y cerrar de ojos…
– Así está mejor – afirmó el Diablo mayor, complacido, gesticulando de pie, meciendo su cuerpo como lo hacía Benito Mussolini, sobándose la barbilla con la mano, al término de sus discursos. Luego se sentó.
… Incluso – continuó el primero – nos planteamos la posibilidad que el descenso en la temperatura ambiental se debiese a un enfriamiento temporal del astro rey, el Sol, pero no, las celdas de los medidores solares no muestran alteración alguna en los últimos cuarenta años. Por el otro lado…
– ¡Ay, ya cállate, cállate que me desesperas! – le dijo el Diablo mayor, ahora como Quico, el del Chavo del Ocho.
– En realidad señor, estamos enfrentando un problema local – sintetizó el diablo Brontz.
– Defina usted ‘local’ – le pidió el Diablo mayor, y luego agregó… - No, y qué par de pechugas tiene Camila, esto, lo que sea de cada quién, es una fijación mía, lo sé, que simplemente no he podido superar, pero… ¡Uy, qué par tiene!... no, y cómo le lucen cuando saca su playerita rosa. ¡Ayyyyy!… (gran suspiro)… ojalá y hoy se la ponga porque ando bastante jariosón.
– Ejem, ejem – interrumpió Sergei – el enfriamiento es interno, como quien dice, se está dando aquí, en el centro mismo de nuestro bien amado infierno – concluyó.
– ¿O sea que alguien aquí abajo no está haciendo bien su chamba?… esto lo tiene que saber el jefe – inquirió el Diablo mayor, ahora como Maxwell Smart y de inmediato comenzó a marcar el zapatófono.
– Eso, o… – Sergei hizo una gran pausa.
– ¡Eso o qué, por todos los diablos ¡Eso, o qué!… ¡Hable ya, que nos tiene a todo es ascuas! –. El Diablo mayor se puso de pie nuevamente y lanzó fuego por los ojos.
– Eso, o algún inquilino de reciente ingreso nos está haciendo la mala obra – remató Sergei.
El Diablo mayor se sentó. Se serenó. Caviló. Habló.
– Quiero ver de inmediato el corte de la última lista de ingresos a este reino, con currícula y foto – ahora el Diablo mayor se comportaba como el detective Columbo, incluso se rascó la cabeza.
– ¿Quieres la currícula y unas fotos de este tu reino, el cual se engalana bajo tu diabólico mandato? ¡Oh!, gran señor mío, por la currícula no hay problema, pero… ¿Las fotos las quieres aéreas, rasas, panorámicas o infrarrojas? Indícame, que tus más baratos deseos son mis más caras órdenes – le comentó un diablo medio desconcertado que tenía piochita como de mosquetero francés (venido a menos) del siglo XVII.
El Diablo mayor se rascó la nuca una vez más.
Los diablos allí reunidos intercambiaron miradas. Sabían que cuando su jefe se rascaba la nuca de ese modo, era porque, o iba a empezar a repartir diablazos, o era porque alguien acababa de encenderle la mecha.
– ¡No quiero volver a ver, a escuchar o a saber nada de este imbécil en toda mi vida! – gritó el Diablo mayor, imitando la voz y los tics del inspector Dreyfuss, jefe inmediato del inspector en jefe Jacques Clousseau, de la Pantera Rosa.
– Señor, ese imbécil, ese idiota, ese estúpido, ese bruto, ese papanatas, ese bueno para nada, ese…
– Ya párele usted – lo interrumpió el Diablo mayor – Ya le está usted echando de su cosecha.
– Decía que ese zopenco es su primo Yuri, mi Señor, el único que cuenta con su venia para llamarlo ‘Belci’, o My cousin devil, o ‘Satin’, o ‘Chamuquis’, o ‘Luzbi’ – le recordó un diablo con lentes como de búho.
– ¡Oh, santo cielo!, es decir, ¡oh caracoles, es verdad! – respondió el Diablo mayor,  en el tono y modito que usan los traductores del programa ‘Emergencia 911’.
La junta se dio por concluida.
El en pasillo de salida, todos los diablos comentaban acerca del extrañísimo mal que aquejaba a su jefe.
– Para mí que de chico se cayó de su perolito y se pegó en la cabezota.
– Yo más bien creo que está viendo demasiada televisión; ayer me dijo… ¡Me parece que vi un lindo gatito!, con la voz de Piolín.
– Es el estrés, segurito; mi tía Filo está igual, sólo que a ella le da por hablar de la dieta blanda de los cocodrilos.
– ¿No nos estará cabuleando?
– Quién, ¿Mi tía Filo?
– No’mbre, el jefe.
– Yo casi no aguantaba la risa cuando dijo lo de las piernotas y las pechugotas.
– Si vieras la telenovela se te quitaba la risa.
– Y si vieras a Camila, se te iba hasta el aliento.
Unos minutos después, ya en su oficina, y al calor de su bien abastecida chimenea particular, el Diablo mayor leía detenidamente el SNIF (Status de Nuevos Ingresos Francos), mientras comía unos M&Ms, sus favoritos.
Mientras leía y botaneaba, escuchaba con agrado los hits del CD que recientemente le había quemado el DJ del averno, Leonid Korsof:
‘Diablo con vestido azul’; ‘Don Diablo’; Devil in her heart’; ‘El Diablito seguía bailando’; ‘Evil woman’ (entre otras selectas piezas).
Echó un M&M al aire y lo cachó con la boca. La píldora rodó hasta su garganta. A la tercer tosida, salió despedida.
–¡Perou qué me pasa Pepe Truenou, yo no era así!… ¡Estoy peor que Bush! – dijo asustado, imitando la voz de Tiroloco McGraw.
Dejó de comer. Sus rojizos ojos se toparon con una fotografía espantosa.
– ¡Virussss! ¿Y a éste qué le pasó? – se preguntó en su caracterización de Capulina. El Diablo mayor engordó de inmediato.  – ¡Qué cosa más espantosa, Virutita!
Leyó las primeras líneas de la hoja de registro.


Apolonio Sigfrido Mendiolea Carsolio.
 36 años.
Moreno.
1.69 de estatura.
125 kilos de peso.
Mexicano.
Originario de Villahermosa, Tabasco.
Empleo actual: Agente Judicial.
Muerto en un enfrentamiento entre policías y secuestradores en el Estado de México…

– Aquí hay gravísimo un error – dijo en voz alta el Diablo mayor como él mismo y dejó de leer el expediente.
– Un policía judicial que pierde la vida por enfrentar a unos secuestradores… no tiene por qué venir acá. Me da coraje reconocerlo, pero este sujeto está en el lugar equivocado; lo más seguro es que hoy mismo tome el elevador que lo llevará directamente a la jurisdicción de la competencia, allá arriba… ni hablar. Los años me han enseñado a reconocer mis derrotas, además, aquí no hay lugar para los secuestradores, y si por mí fuera, los secuestradores no tendrían cabida en ningún lugar del universo; si por mí fuera, los metía en una celda y los dejaba morir, sin agua, sin alimento, obligados a ver las fotografías de las personas a las que secuestraron, y así los mantendría, el tiempo que duraran, una, dos, tres semanas a lo mucho. Sí, eso haría.
Agitó la campanita roja y de inmediato entró su secretario particular.
– ¿Llamó usted?
– El Diablo mayor guardó silencio unos segundos.
– ¿Dijo usted ‘llamó usted’? – preguntó, enfadado, utilizando el grave tono de voz de Largo, el mayordomo de los Adams.
– Sí mi señor, eso dije, ¿Llamó usted?, y me acuerdo porque acabo de decirlo.
– Pero así decía Largo – comentó el Diablo mayor, medio desilusionado… ¡Caray!… como que nos hace falta algo de originalidad; por eso los nuevos ingresos han estado tan bajos. Deberíamos de aprender de los de allá arriba, que hasta sacan anuncios en la tele, en co-producción con alguna línea aérea… en cambio nosotros – remató, lleno de melancolía.
– Lo intentaré, mi señor.
– Trae ante mi presencia… al número, déjame ver, sí, aquí está… tráeme al 117-D/7504NVA – dijo, en voz alta y con tonito, como si fuera gritón de la lotería.
– Enseguida, señor.
El secretario salió. El Diablo mayor se puso sus audífonos, pero se los quito porque estaban demasiado fríos.
Y mientras George Harrison terminaba a cantar ‘Devil in her heart’, se escucharon unos toquidos en la puerta.
– Adelante, señor secretario, porque me imagino que es usted, compatriota, ¿o acaso me equivoco? – dijo el Diablo mayor, en esta ocasión imitando la delgadita y cantadita voz de Carlos Salinas de Gortari en tribuna.
– Señor, el número 117-D/7504NVA.
– Que se ponga – ahora imitaba al español Gila.
El judicial entró. El secretario caravaneó, salió, y cerró la puerta.
– Adelante. Soy el Diablo mayor, y estás en mis extensos dominios: la Ponderosa infernal –. Ahora el Diablo mayor era Ben Cartwright, con sus manos en las caderas.
– O sea que como quien dice, tú eres nada más y nada menos que el mero mero – comentó el humano y sonrió, dejando ver un diente frontal de oro en el que se reflejaron las llamas azulosas que chisporroteaban tímidamente en la chimenea.
– ¡Bingo! – dijo el Diablo mayor al estilo de George Burns, uno de sus actores favoritos.
Ambos seres quedaron frente a frente. El Diablo mayor le sacaba una cabeza en estatura a su interlocutor.
El judicial rompió el hielo.
– Perdona que no te dé la mano, pero la mera verdá es que todos ustedes están requetecalientes y neta ya me arden las manoplas – dijo el mortal, como queriéndose hacer el chistoso.
– ¡Cómo!, ¿Pero se atreve usted a tutearme, así como así?… Ah, no, no… ¡Nunca me hagan eso! – dijo el Diablo mayor en su aplaudida caracterización de ‘Clavillazo’.
– ¡Uy!, déjame decirte algo, quien tutea al comandante Vega López, como aquí tu servilleta, pues puede tutear hasta al Papa – le aseguró el policía.
– Le suplico que no mencione esa palabra aquí; es una cuestión de ética, usted comprende.
– ¿Cuál palabra?… ¿Comandante?
– … No. Papa – le corrigió el Diablo mayor, como él mismo.
– ¡Papas!… digo… ya vas. ¿Y cómo para qué soy bueno?
– Te mandé llamar, chato, digo, porque como quien dice, verdad – ahora, el ser supremo del averno hablaba como Cantinflas, hasta bigotillo le salió en las comisuras de los labios – aquí hay lo que en mi pueblo catalogamos, como quien dice, mentamos como un error.
– ¿Error? – preguntó el judicial, como nerviosón.
– Sí chato, según los informes que yo mandé ped… porque yo de que pido, pido, chato… hombre no hay que ser, porque uno qué… usted murió, como quien dice, felpó, en una balacera entre polis y cacos, o sea, verdad, entre azules y buenas noches, vulgo policías y secuestradores.
– ¡¡¡¿¿¿Peerrrdónnnn!!!!????
– Te perdono chato, pero no lo vuelvas a hacer, porque digo, hombre, pero qué necesidá, no hay derecho, porque uno qué, uno como quiera sale, pero ¿y las criaturitas?...
– Qué alivio, yo creí que ya habían descubierto lo del tún… digo, este, quiero decir, así es de María Greever con Alvarito al piano – corrigió el judicial.
– ¡¿Qué cosa dijo?¡ - preguntó intrigado el Diablo mayor.
– Que simón, que así fue… pelé en una balacera entre judas y secuestradores… si ya sábanas paquetes de hilo.
– ¿Si ya sábanas paquetes de hilo? – preguntó el Diablo mayor con la voz del oficial Carlos Matute, de don Gato y su pandilla.
– Yeso fresco, o sea, que si ya sabes, para qué te digo.
– Entonces es cierto que usted murió en el cabal cumplimiento de su deber – cuestionó Matute, digo, el Diablo mayor. El ser infernal se sentó de nuevo.
– Háblame de tú, hombre, no seas tímido mi diablo –  dijo el judicial –  estamos en confianza, y la neta me estás cayendo bien; para nada eres como te pintan allá en la Tierra
– No me quiero ni imaginar. Pero volvamos a lo nuestro – dijo imitando la voz y las actitudes histriónicas de Enrique Álvarez Félix.
– ¿A lo nuestro?… Híjoles mi diablo, cualquiera que nos oyera echaría a volar su imaginación.
– ¡A nuestro asunto!, es decir, al parecer, usted, digo, moriste valientemente cumpliendo con tu deber – dijo el Diablo mayor, azorado.
– Pues sí, y no.
– ¿Sí y no?… honestamente no comprendo el significado de sus palabras, señor mío – dijo el ser rojo a la Ernesto Alonso.
– Sí, hombre, lo que pasa es que un maldito cuico sacó la tartamuda antes que yo… y pos me madrugó.
– ¿Un maldito qué…?
– Cuico, azul, poli, judas, policía.
– ¿Quieres decir que un elemento de tu propia corporación te disparó accidentalmente? – preguntó el Diablo mayor, impresionado, con la voz de Óscar Pulido.
– ¡Accidentalmente… mangos! Vi el maletín. Lo cogí. Lo abrí para ver si estaba toda la lana… cuando ya sabes,  escuché el ‘¡No te muevas!… y desenfundé; ya sabes, un reflejo instintivo.
– Mi esposa no me lo va a creer, pero hay algo que no me explico – el Diablo mayor hablaba nuevamente como el teniente Columbo; incluso, uno de sus ojos de pronto pareció vidrioso, fijo.
– ¿Qué hacía un policía viendo un maletín, tomándolo, y abriéndolo para ver si traía el total del monto del rescate?
– Es que en esos momentos yo no era policía, carnal.
– Ignoro qué mecanismo de defensa está utilizando este abominable sujeto – dijo el Diablo mayor – es un caso muy parecido al del pariente de la enfermera Melba, la que cuida al abuelito de Camila; pobre, ella ignora que su tío el taxista está de acuerdo con el abogadillo de quinta ese de Juan Enrique Rojas Camarena, para desheredarla.
– ¿Melba y su tío? – preguntó el judicial, absolutamente sacado de onda.
– ¡Cómo… por favor no me digas que tú también guachas la telenovela, carnalito! – preguntó el Diablo mayor, ahora como Tin Tán –. ¡A poco no está chévere!  
– ¿Telenovela?… ¡Cuál telenovela!
– ¡Ah!... este… olvídelo capitán – sugirió el Diablo mayor, en su papel de Gilligan, el contramaestre del Minow SS.
– Pues mire, pa’ acabar pronto: sí morí en el cumplimiento de mi deber, porque era mi deber pagar esa lanota que debía, ¿Me entiende?
– Francamente no… ayyyyyy – dijo el ser de los cuernos, ahora como Benito Bodoque, de don Gato y su pandilla.
– Y no morí en el cumplimiento de mi deber… porque en ese momento no era yo policía.
– ¿Qué en esos momentos no eras policía? –. El Diablo mayor ahora hablaba como Cucho, de la misma serie de felinos – ¿Qué eras entonces, si se puede saber?… (y de pronto volvió a ser él mismo)… lo que me remonta hasta Adán Alfredo Basurto Íñiguez, el socio de Juan Enrique, que de día es abogado y de noche es ladrón de joyas, lo que en sicología conocemos como un claro caso de doble identidad: la sorpresota que se van a llevar los dos cuando les caiga el inspector Doyle. ¡Me va a dar un gusto!…
– ¿¿¡¡Le va a dar gusto!!?? – preguntó el judicial, completamente aturdido.
– Mira chavito, mejor continúa si no quieres que te dé una buena; nos quedamos en que en esos momentos eras – dijo el Diablo imitando a don Ramón, del Chavo del Ocho…
– ¡Pos secuestrador! – dijo el policía, pero en un tonito burlón que sugería un inconfundible ‘pos secuestrador, grandísimo idiota, ¿o qué otra cosa podía yo ser en esos momentos?
– ¡Ajá, con que un policía judicial… secuestrador! – repitió el Diablo como si fuera Abel Salazar, levantándose y tragando saliva. Su piel pasó de ser roja a naranja pálido.
– ¡Y qué tiene eso de raro! – El judicial sacó un chicle, lo desenvolvió y comenzó a mascarlo. Le ofreció otro al Diablo mayor, quien negó con la cabeza.
– ¿Qué no se supone que, judicial o no, un policía está para salvaguardar la seguridad física de los ciudadanos, que son quienes pagan el sueldo que devenga?… no, si hasta parece una historia sacada del buffete Rojas-Basurto, por Diosito santo, otra vez, quiero decir, por todos los diablos…
– ¿Me puedes repetir la pregunta, o las preguntas, porque estoy hecho bolas? – pidió el mortal.
– Digo que supuestamente la policía está para cuidar al ciudadano, no para secuestrarlo. ¿Qué fue de la ética, de la moral?, porque hasta entre la escoria debe de haber normas.
– Es que no alcanza la lana; saca uno muy poco, la mera verdá (sic).
– No puede ser – el Diablo negó con la cabeza. Se puso serio. – Y yo que pensaba que aquí en el infierno estaba la peor basura del universo. ¡Qué equivocado puede llegar a estar uno!… no cabe duda.
El Diablo mayor retomó el expediente y continuó leyéndolo:

Otras actividades: porro  del CCH y del CGH; mapache electoral en su tierra natal; aviador en la SEP; robacoches; madrina de Adrián Mauricio Gómez Lara, comandante de la judicial del estado de Guerrero; acarreador de contingentes populares para mítines políticos; traficante de drogas; tratante de blancas; asaltante en el centro Histórico; pollero el Tijuana; pistolero a sueldo; falsificador; agente aduanal en Tamaulipas; titular de la oficina de licencias en Morelos; asaltabancos en Oaxaca; agente del ministerio público en Veracruz; guardaespaldas del gobernador de Sinaloa; jefe de escoltas del diputado federal Mario Fabricio Beltrán de Miguel; líder del sindicato de pepenadores de Jalisco; fayuquero a gran escala en el bajío…

– Con estos antecedentes, ché, no dudo que el tipo este tenga algo o mucho que ver con el enfriamiento del infierno… si nomás hay que verle la cara, como a Roberto Madrazo terminando los maratones – pensó el Diablo, una vez más en voz alta, imitando la inflexión vocal de Ricardo Lavolpe.
– Y tú muy guapo,¿no?, muy carita, muy rostro – le dijo el policía.
– ¡Vaya!, eres una caja de sorpresas, como Willy – dijo el Diablo mayor, ahora echando mano de la voz de Alf.
– ¿Quién es Willy? – preguntó el policía.
– Lo que nos faltaba: un maleante preguntón – comentó el Diablo mayor a la Doctor Zacarías Smith, de la serie ‘Perdidos en el espacio’.  
Se escucharon unos toquidos en la puerta.
– ¡Avanti! – dijo el Diablo mayor, canturreando como Dean Martin.
Entró un diablo. Avanzó. No dejó de mirar con cierto recelo al mortal; por hacerlo, chocó contra el escritorio. Se pegó en la mera espinilla pero se aguantó el dolor. El Diablo mayor y el judicial intercambiaron miradas y negaron con la cabeza, como desaprobando el coeficiente intelectual del ser rojizo menor. Al llegar junto a su jefe, le dijo algo al oído, sin dejar de señalar con el índice derecho al policía. El Diablo mayor asentía una y otra vez. Su rostro se puso serio, como nunca antes.
– Mis sensores vibran – dijo el Diablo mayor como lo haría el Hombre Araña, y agregó, como él mismo, una vez más – ¿Mi primo lo descubrió todo? ¿Están completamente seguros?
– Segurísimos, mi señor – le dijo su empleado, sobándose la rodilla golpeada.
– ¡Qué alivio! Encárguese personalmente de que lo sellen de inmediato.
– ¿A su primo?… ¡Cómo puede usted ser tan cruel!
- No, a mi primo no, idiota, hablo del túnel; y dígale a mi primo que me perdone, y que desde hoy es mi primo favorito – dijo el Diablo mayor.
– Sí, mi señor.  
El subordinado se dirigió hacia la puerta. Por ir viendo al judicial, ahora chocó de frente contra la pared. Se escuchó un ruido, un leve crack, como el que hacen los cuernos de los toros cuando se estrellan contra el burladero. Enderezó el rumbo y salió.
El Diablo mayor se levantó y dio un par de vueltas alrededor de su escritorio. Miró fijamente al policía.
– ¿Te dice algo la palabra… túnel? – le preguntó al infeliz a la Alfred Hitchkock.
– ¿Un túnel? – cuestionó el judicial, tragando saliva, haciéndose el extrañado.
– Híjole, mamachita, pa’ mí que te estás haciendo el sordina –  dijo el Diablo mayor, ahora  imitando a ‘Resortes’.
– No, sí te oí, pero no sé de qué me estás hablando; a lo mejor el túnel lo cavó el que estuvo antes de mí –. El judicial se vio el arco de mugre de las uñas de las manos.
– Un túnel – afirmó el Diablo mayor, hablando como él mismo de nueva cuenta – por el cual se estaba colando un aire tan frío, que estaba apagando las llamas de este lugar, enfriándolo, más o menos desde que tú llegaste… ¿No te parece que es demasiada casualidad?
– Una casualidad, tú lo has dicho; te repito carnal, no sé nada.
– En ese caso, tendré que echar mano de la tecnología infernal – dijo el amo de aquellos lugares.
El policía encogió los hombros, como diciendo ‘haz lo que te plazca’.
– Una cosa sí te digo – dijo el Diablo, ahora como la ‘Chimoltrufia’, incluso mascando un chicle y haciendo bombitas – porque así como digo una cosa digo otra; si resulta que estás mintiendo, diciendo mentiritas, y resulta que efectivamente sí sabías lo del túnel, te va a ir peor, más mal, así que te voy a preguntar la pregunta de nuevo una vez más: ¿Sabes algo acerca del túnel, ruta de escape o caminito de salida que mis guardias acaban de descubrir en la pared del fondo de tu celda y gracias al cual el infierno estuvo a punto de convertirse en nevería y paletería?
– Ya te dije, no sé nada – aseguró de nuevo el policía.
– De acuerdo, viejo, fue tu decisión – dijo el Diablo mayor, ahora como Bugs Bunny, mordisqueando una inexistente zanahoria pero haciendo el característico ruidito.
Dio un chasquido y ahí, en el centro mismo de la oficina, apareció, de la nada, una pantalla gigante, plana, líquida, suspendida entre el techo y el suelo, sin hilos o alambres. La pantalla giraba lentamente, creando a su vez nuevas pantallas.
– Veamos qué hay de nuevo, viejo – dijo el Diablo mayor y sus orejas de conejo crecieron.
Un nuevo chasquido y las pantallas comenzaron a proyectar una misma imagen: la figura de ese mismo policía en el interior de su celda, cavando una especie de túnel, con el trinche que un mes antes había sido reportado como ‘extraviado’, por uno de los guardias del área CAP (Celdas de Asignación Perolaria).
Las pantallas proyectaron otra imagen: este mismo sujeto diciendo…
– Qué alivio, yo creí que ya habían descubierto lo del tún… digo, este, quiero decir, así es de María Greever con Alvarito al piano.
La imagen se congeló. Se regresó. Se repitió, ahora en close up, y con subtítulos en inglés.
– Qué alivio, yo creí que ya habían descubierto lo del tún… digo, este, quiero decir, así es de María Greever con Alvarito al piano.
– ¿Y bien, tienes algo que decir?, porque sólo hay algo que odie más yo que un soplón, y eso es un soplón y mentiroso – preguntó y dijo  el Diablo mayor, enojado, imitando la fúrica y desencajada voz de Sam Bigotes.
– De acuerdo, sí fui yo, total – confesó el policía. Un rubor le enrojeció el rostro.
– Podría ejecutarte con mis propias manos, pero me das mucho asco – dijo el Diablo mayor a la Elliot Ness, de fondo, se escuchó el famoso tema musical del programa de ‘los Intocables’ de finales de los años 50.
Dicho esto, el Diablo mayor chasqueó una vez más los dedos y las pantallas desaparecieron sin hacer el menor ruido; simplemente se desvanecieron en el aire.
– Ps’ es que… - intentó decir el policía.
– Nada. Te di una oportunidad y no la tomaste. Voy a hacer que regreses a la Tierra, digamos, hacia 1919, al estado de Morelos, digo, por mencionarte el estado en el que has hecho más daño.
– ¿Y como para qué? – preguntó el incrédulo policía.
–  Para que alguien de tu misma calaña se encargue de ti – concluyó el Diablo mayor, imitando la voz de Pepe Trueno, el inseparable burrito compañero de Tiroloco McGraw.
A modo de ritual, el ser infernal dijo unas cuantas palabras (como él mismo, por supuesto), y el policía desapareció, tal y como minutos antes habían desaparecido las pantallas.
El Diablo mayor sonrió, imitando la risa de la bruja ‘Cacle Cacle’.
Por el interfono, una voz le recordó que ya casi eran las siete, hora de su telenovela.
– Es verdad, Oh, muchas gracias Frida, no sé qué haría yo sin ti: viviría yo en un infierno – le agradeció su bromista jefe, y agregó:
– Por favor encárgate de enviar una circular avisándole a todo el reino que el infierno ya no se va a enfriar, que ya descubrimos las causas y que ya estamos trabajando en la solución del problema, repito: el infierno no se va a enfriar. Otra cosa, avísale al diablo que está buscando fotos y currículas que ya no tiene caso que siga haciéndolo; ha de estar en el archivo de la zona este.
Frida estuvo a punto de responder que sí, que de inmediato escribiría y giraría la circular y le avisaría al diablo buscón, pero las siguientes palabras de su jefe (a la ‘Clavillazo’) se lo impidieron, y de paso la ruborizaron y la paralizaron, amén de dejarla fría:
… – ¡Nuuuunca me hagas eso, Frida de mi vida!, si tú quisieras, tú y yo nos sacaríamos chispas porque en el departamento de las piernotas, las curvotas y las pechugotas, tú, Frida de mis entretelas, no cantas nada mal las rancheras…¡Pura vida, nomáááááásss!… ¡Ah, no, no!


Cuando el policía abrió los ojos, se dio cuenta de que estaba atado a una especie de palo grueso, clavado en el claro de un campo.
Escuchó el…‘¡Aaaaaaapunten!’ en la tranquilidad de la noche, así como el nítido chirriar de los grillos, a lo lejos, por entre los maizales, y justo cuando comenzaba a distinguir las figuras humanas y el cañón de los fusiles de los soldados alineados en semicírculo frente a él, la misma voz ordenó… ¡Fuego!
El judicial intentó decir algo, pero ya no pudo; sólo alcanzó a escuchar unos tronidos secos, cortos, y a ver unos destellos rojizos.
Después todo se volvió carne caliente, piel humeante.


  ¡Que el diablo me lleve!

      Dedicado a quienes se dedican
       a procurarle el infierno,
en vida,
  a sus semejantes.

         Ignacio Ernesto Jaime Priego.
      Noviembre del 2002/Julio de 2009

No hay comentarios:

Publicar un comentario